Elan Aguilar* Cuento. Texto Completo. D.R.*
Árboles de copa alta, canto de los pájaros, miles
de virutas secas de los pinos en el suelo, una tenue luz del sol ilumina el
interior del frondoso bosque y me ilumina ¿Qué es la vida? Un día, en el
vientre de una mujer, enamorada o no, con conciencia o sin ella, con su
voluntad o sin ella, se engendraba otro ser. La mujer desconocía el sexo de la
criatura en su vientre, aunque alguna vez escuchó que si se podía conocer por
ciertos estudios de la sangre, ella no contaba con el dinero para realizarlos. La mujer no
tenía ninguna cartilla de salud, y la mujer no tenía el deseo de saberlo. Sólo
tenía una gran excitación, maravillada de pensar que dentro de sí se estaba
gestando la vida. Y lo que menos le importaba era saber el sexo de ese ser. No
le importaba si aprendería a leer o escribir, no le importaba si sería bueno o
malo, no le importaba saber cuáles serían sus preferencias sexuales, no le importaba
saber si creería en un Dios o no, no le importaba si sería un ser
extraordinario o sólo uno más. Pensaba en el momento de poderlo mirar, pensaba
en el momento de poderlo oler, pensaba en el momento de poderlo escuchar,
pensaba en el momento de poderlo tener entre sus brazos y acariciar, de juntar, imaginaba,
esas pequeñas mejillas a sus labios.
¿Has escuchado un susurro? Los árboles no hablan.
Nos susurran al oído qué es la vida. Las hojas que les dicen muertas van
alegres cantando al viento que las acompaña hasta el lugar indicado donde
nutrirán la tierra. Miles de insectos se alimentan, se aparean, toman el sol y
cantan. La copa de los árboles se mecen de un lado a otro como jugueteando con
las aves y las ardillas, y las pequeñas flores me acompañan, tan pequeñas y tan
generosas, tan pequeñas y tan hermosas.
Al fin nació, y la mujer pudo tener entre sus
brazos a otra mujer. Para ella, la vida cobraba sentido, un propósito. La
experiencia de dar a luz a otro ser, sangre de su sangre era inenarrable. Piel
de su piel, huesos de sus huesos y corazones diferentes. Esa nueva hembra en el
mundo era mi madre.
Tal vez no lo creas, pero los animales del bosque
conocen la diferencia entre los de su especie y la nuestra. Entre una vida que
se venera y una vida que se consume. Entre la alegría de su vida armoniosa y el
dolor del ciclo humano. Han pasado uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete,
ocho, nueve, diez, …y más de diez animales del bosque. Si, seguro han pasado
más de diez porque los he contado. Pasar junto a mí, echarse a un lado, mirarme
a los ojos, lamer mi mejilla como el beso de mi abuela al nacer mi madre. Me
cuidan, me hacen sentir parte de ellos.
Mi madre, a diferencia de mi abuela, tenía otros
planes. Mi nacimiento tuvo en ella un sentido y un propósito de vida diferente.
Huir. Tener una nueva vida pero sin mí. Me alcanzó a dar de mamar mientras
trazaba sus planes. Sólo un año y medio estuve con ella y luego partió. Deseo
que haya encontrado la vida que buscaba. Yo quede abandonado en la casa. La
misma que la abuela les había heredado a mi madre y a mi tía, que vivía en casa
con su novio.
La vida de mi tía también cambio, de pronto se
encontraba con un sobrino del que tenía que hacerse cargo y esto ella tampoco
lo eligió. Y yo que me parezco mucho, ahora lo sé, a las flores y a los árboles, a los
insectos y a los animales del bosque, a las aves y a las ardillas, me dedique a
comer, a jugar, a disfrutar del agua, a disfrutar del sol hasta que mis tíos
encontraron otro propósito en sus vidas y me llevaron a una guardería en el que
pasaba encerrado todo el día con otros niños. Pasaban a recogerme y discutían
entre ellos. Se empezaban a molestar si no me acababa la comida, si manchaba
mis calzones, si jugaba en la sala o en la recamara, si hacía ruido. Les
estorbaba en sus planes de vida pero sólo tengo cuatro años y no sabía a dónde
ir. La maestra les dio un motivo, les comentó su preocupación acerca de que no
podía contar hasta el veinte de corrido y en cambio todos mis compañeros sí podían. Les pidió
que me pusieran más atención. Al llegar a casa empezaron a gritarme, estaban enojados
conmigo. “¡Repite! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve,
diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho,
diecinueve y veinte” Pero sólo llego hasta el diez, del uno al diez los números
que más me gustan. “¡Qué lo repitas!” y sentí el primer golpe de mi tía. Sólo
llegue hasta el diez y sentí una cachetada del novio de mi tía que me tiró al
suelo, trate de levantarme “¡Repite los números! Niño inútil” Y mi tía me dio
con el puño en la boca “¡Inútil!” Derrumbado en el suelo trate de repetir los
números, nueve, diez y…, diez y…, me faltaba aire, fue cuando sentí una patada
en el rostro.
Ahora sé que este es mi lugar. En el bosque, con
grandes árboles, con las juguetonas ardillas, con las hojas secas que dan vida,
con los insectos, con los animales que me cuidan y con las pequeñas flores que
me recibieron. Unos hombres ya han recogido mi cuerpo.