Hoy en el transporte una mujer ya grande me echaba los ojos como una loba
hambrienta. La señora de muy buen ver. ¿Qué haríamos juntos a parte de jugar a
las cartas? Claro que yo podría ganarle si fuera conquián. Pensé.
Ayer en el transporte (todo sucede en el trasporte público, o por lo menos a
mí que prefiero no envejecer detrás de un volante) se escucharon gritos de la
parte trasera del camión, una mujer gritaba mientras otra pasó corriendo por el
pasillo, que aún no salgo del asombro de cómo logró pasar tan veloz por ese
pequeño reducto entre las filas de asientos. Todos nos levantamos para ver qué
sucedía, los gritos de las mujeres arreciaron el ambiente. Las mujeres siempre
gritan, es algo instintivo, mientras que los hombres siempre nos ponemos en
posición de agredir, como dicen los de la colonia, a las vergas, pero no
siempre. A veces algunos hombres también sueltan un grito, así, de pronto, un
grito agudo que sale ahogado pero claro, casi femenino y delicado, que cuando
sucede se llevan los nudillos a la boca y los ojos los dispersan buscando que
nadie haya escuchado su infantil reacción.
¡Nos están asaltando! Gritó la mujer voluminosa y atlética que ya estaba
encima del chofer. Unas personas que iban en los asientos de adelante se
hubieran aventado a la acera desde la ruta sino es porque el conductor, que
respeta las leyes de tránsito, llevaba su puerta cerrada. La de atrás siempre
va abierta. Los hombres, algunos, nos quedamos de pie, asombrados, preguntado
con la mirada ¿Dónde son los putazos? El conductor del camión frenó y saltó a
cuantos pudo por el pasillo, como Mercurio (el de los pies alados, aclaro)
hasta llegar a la parte de atrás, y llegando con unos “sospechosos”, quiero
suponer que así lo entendió porque esos niños de entre doce y catorce años
pusieron ojos de animal en el rastro cuando les grito amablemente “¡A quién han
robado cabrones!”. No eran ellos, no era nadie, ni el ladrón de la derecha que
aspiraba al cielo ni el de la izquierda que aspiraba el humo del cacharro detenido. Dos mujeres
(aparentemente novias) se habían peleado, y en el arrebato pasional una de
ellas manoteo y alcanzó a tocar a la mujer del asiento de adelante que la hizo
salir disparada pidiendo ayuda, no celestial si no al rutero. A ambas las bajó el
chofer por faltas al “bando de policía y buen gobierno” les dijo, aunque creo
que fue para no regresar sus ocho pesos que acababan de pagar un par de
cuadras atrás. Todo fue tan rápido, no hubo tiempo de nada. No hubo asalto. Nos
sentamos de nuevo mientras que “Steve” el rutero, imagino que era su nombre
pues lo llevaba tatuado en la nuca cantaba
"Mis sentimientos" de los Ángeles Azules, y en un bote
afelpado a su lado iba sentada la musculosa mujer recuperándose del susto.