*Elan Aguilar (Cuento: Texto completo. DR*.)
No veo la razón por qué no. En un país donde una familia se ha vuelto millonaria, con el permiso del gobierno, con el espectro de televisión pública y programas míseros en contenido, calidad, de todo en general; donde se llenan las arcas de dinero vendiendo botellas de pintada agua con azúcar, a diez pesos los doscientos mililitros; constructoras son minas de oro vendiendo casas de peor calidad que aquellas de los tres cochinitos; donde gente sin ninguna capacidad o mérito llegan a ocupar puestos burocráticos de alta responsabilidad, no veo por qué no Pedro y Pablo quisieran volverse empresarios con ayuda de la desdicha. Pedro y Pablo eran amigos de siempre. Un par de adultos inmaduros o quizá sea mejor decir un par de adultos jóvenes que habían terminado hace rato el bachillerato pero que veían a su alrededor cómo muchos y muchas (como acostumbran expresarse los políticos en México: chiquillos y chiquillas, maestros y maestras, y así agregue el adjetivo en femenino porque dicen, denota su sensibilidad de género y génera) se iban enriqueciendo con poco esfuerzo y menos preparación, lo más socorrido era llegar a un puesto de gobierno pero Pedro y Pablo no contaban con una buena “palanca”, su más alto funcionario que ellos conocían era el conserje de un edificio público: Paco o Paquito como le referían de cariño y que le recelaban porque Paquito cada año estrenaba un modelo nuevo de auto y les invitaba a ver partidos de futbol en su “pantalla LED de setenta y cinco pulgadas”. Pero los amigos inseparables eran afanosos, sino se podía por la vía tradicional del presupuesto sería por alguna otra. El golpe de suerte estaba cerca, siempre está al alcance de la mano para aquellos que la buscan con vehemencia y devoción, además de que este par de bergantes permanentemente tenían ideas frescas. Una ocasión negociaron con Paquito el permiso para que un bolero: un limpiador de zapatos estuviera en exclusiva dando servicio en el edificio. Al mismo bolero le pareció tan excelente propuesta que les adelantó mil pesos de comisión. Fue lo único que recibieron cuando el bolerito vio pasar la primer quincena y darse cuenta que la limpieza de los zapatos era lo último que les importaba a los funcionarios pues "hasta sus sacos se ven sucios" comentó, y a los de menor rango hasta “boleadas” fiadas le pedían con la promesa de pagar en la siguiente quincena. El bolero les reclamo la devolución de su anticipo o por lo menos alguna parte. Pero terminaron convenciéndolo que el edificio era sólo para él y nadie más daría el servicio, todo era cosa de tiempo para que pudiera ver los frutos, intentaron sacarle otros mil pesos pero ante su molestia visible (les arrojo un bote de grasa neutra) lo dejaron así: a mano.
Luego invirtieron su comisión ganada más unos ahorritos en mercancía china. Pusieron panfletos por toda la ciudad “Se busca persona activa, con deseos de superarse, no importa edad ni sexo. EXCELENTE SUELDO”. Ya habían hecho cuentas y tan sólo en una colonia había mil doscientas casas, igual a mil doscientas amas de casa, más menos igual número de sirvientas y otras tantas personas de la tercera edad, deseosas que alguien tocara a su puerta y les ofreciera productos “originales” de a diez pesitos: jergas, estropajos, lipstick, pilas, encendedores, plumas, cuadernos, rastrillos, virgencitas, escapularios y toda la parafernalia que puedes encontrar en un súper, lo mismo pero más barato. La razón no les falto: se agenciaron dos jóvenes muy activos, aprendieron rápido el negocio, tan rápido que terminaron por pagarles su mercancía y se quedaron trabajando por su cuenta la ruta. Fue cuando Pedro y Pablo profundizaron sobre la personalidad del mexicano: son malagradecidos, concluyeron con cierta molestia. Aunque posteriormente descubrieron otras singularidades: cruel y vengativo: se enteraron que eran buscados en la colonia, por mujeres furibundas pues los productos “originales” no servían ni para el comienzo y quienes les vendieron advertían "Cualquier reclamación del producto con Pedro y Pablo". Otra ocasión encontraron un lote de medicina caducada, eran cientos de ellas. Suspiraron al imaginar las cantidades fabulosas que podían ganar si tan sólo tuvieran un buen contacto en gobierno. Recordaron aquel par de jóvenes, con deseos de superación que habían contratado, esta vez les tenían un mega oferta: mercancía con setenta por ciento de descuento sobre el precio de la caja en riguroso contado. Todos los detalles eran tomados en cuenta y ya habían borrado las fechas de caducidad, además no eran necesarias, ellos entendían de manera natural, que unas pastillas no pueden caducar con los años y algo les decía que era negocio de las farmacéuticas-gobierno andar tirando medicamento caducado. Cerraron el trato. “Envidioso, Pedro” dijo Pablo. “¿Envidioso quién?” preguntó Pedro. “Envidioso es otra de las características del mexicano” respondió Pablo. Pedro le dijo que era cierto a medias, o mejor dicho para los criollos y los españoles que lo trajeron en su sangre no para los mexicanos como él, mestizo, pues entre ellos aún era costumbre darse la mano, apoyarse unos con otros.
“Oye Pedro, deberías de dedicarte a cantar. Aquí en México todos triunfan y tienen voz de pito, hasta estadios llenan y tú tienes una voz privilegiada e interpretas con estilo propio. Hoy se presenta Pedro El grande ¿No suena bien?”. Pedro le contestó que ya lo había pensado pero ese tipo de éxito no era el que buscaba pues sabía de buena fuente que los músicos y cantantes con mucho trabajo siempre andan drogados para aguantar la faena y eso definitivamente no, no iba con su nombre, el nombre “más santo”. Además ya no era negocio pues tendría que vender "onlain" y pues ahí "torció la puerca el rabo, todos se piratean las canciones hasta los productores. ¿A quién le cobro?" preguntó de manera retórica. Ya juntos encontrarían la fórmula para vivir bien, pues antes que los “yunaites”, esta tierra era la de oportunidades u oportunistas que es lo mismo.
Se presentaron tormentas y huracanes y con las inundaciones llegaron las bendiciones: desplazados. Se les aclaró el panorama. A su colonia llegaron nuevos inquilinos y cerca de su casa llegó a vivir una morena de “fuego”, ya no tan joven pero voluptuosa. La invitaron a hacer un fabuloso negocio, ellos tenían un taxi y ella un fenomenal cuerpo. Rentarían una casa sencilla pero agradable y ella sería la encargada de recibir a los clientes para un masaje exclusivo, sólo para ejecutivos. Claro que si el negocio prosperaba, pasaría ella a hacer la “Madame” del lugar, porque ellos, se jactaban, si respetaban el derecho de antigüedad. Empezaron con muchos bríos, hicieron panfletos que repartieron en cruceros y en entradas a fraccionamientos exclusivos, fueron a oficinas de gobierno y a Paquito le dejaron un millar para que repartiera, le dieron la instrucción que si mandaba clientes dijeran la clave “Paquito” para que le dieran su comisión. Ellos se encargarían de recoger a los clientes y dejarlos en el mismo punto por la misma tarifa: all inclusive. Sus primeros clientes fueron buena paga y todos contentos. Hasta la tercer semana. La morena era movida e inteligente, quizá más movida que lista pero con eso basto para renunciar y abrir su propia sucursal y nuevas socias que habían llegado buscando trabajo. Pedro y Pablo sonrieron, eran gente que si no alcanzarían las riquezas podían darle ideas a la gente para mejorar su situación y con eso se conformaron.