jueves, 29 de octubre de 2015

Dalí El Ignominioso

Dalí El Ignominioso

Cuento. Texto completo *D.R.
*Elan Aguilar


Dalí un buen día tomó su decisión: tomar el porvenir en sus manos, si lo podemos decir así. Tuvo, recordaba, mejores días que los presentes, cuando era joven y fuerte, atractivo, no conocía el rechazo de ninguna hembra. Podían hacerse las difíciles pero era diestro y por mucho se había ganado el mote de El Semental. Se sabía en la comarca que una de sus amantes, cuando Dalí la dejó de frecuentar, había muerto de tristeza. Pero no por ello podía también ser parrandero y jugador, más bien juguetón y bastante amiguero, tanto, que hasta aquellos de carácter difícil terminaban siendo leales compañeros. Era pues de intachable conducta. Hasta el día en que abandonó su hogar o lo que quedaba de él. ¿Había construido Castillos en el aire? No. El heredó una hermosa casa hecha de adobe, pero nadie supo el día, en que Dalí empezó a alimentar un mal hábito o mejor dicho, a alimentarse de pedacitos de adobe. Mientras no fue visible para todos, su vida transcurría normal hasta que le fue imposible seguir ocultando su loca manía, primero le convinieron a que no lo siguiera haciendo, y por último los regaños: ¡Ya me tienes harta! ¡¿Crees que por tener dos aventuras por semana te hace listo?! Pero por su afable carácter nadie le llevaba cuenta de sus defectos y todo seguía igual. Hasta que abandonó su hogar el ignominioso. Y es que siempre, en casos como estos, el causante del oprobio resulta ser una blanca palomita y los malos los abandonados, en especial porque los humanos definitivamente somos muy dados a juzgar por las apariencias, sin tomar en cuenta una mirada retrospectiva del problema: su loca pasión por el adobe y ya no había más, todo lo consumió y se fue en su búsqueda. Primero se encontró con cuadras y cuadras de cemento, siguió sus pesquisas sin notar que las horas se volvieron días, hasta llegar al campo, metros y kilómetros de árboles y maleza, y los días se hicieron semanas. Nada. Cansado y sin comer, regresó a reparar la afrenta. Ahora lo sabe: aún sin su nutritivo adobe, siempre será mejor el calor de hogar y el amor de sus dueños.

miércoles, 21 de octubre de 2015

La carta a Julio Cortázar

Era un bambino cuando Cortázar murió, sin embargo tuve la oportunidad de enviarle una carta en vida con mis impresiones de su viaje al Planeta Faros. Aquí les comparto el contenido de la misiva:

Sobre Simetrías Interplanetarias.
Sr. Julio Cortázar
Presente.

La ciudad capital 956 del planeta Faros es muy similar al de las ciudades del planeta Tierra, y quizá hasta con mejores cualidades en los ciudadanos farenses que los ciudadanos terrestres, pues allá son cultos, sin excepción, y aman los problemas de ingenio que ya es decir suficiente. Pero llama la atención su monoteísmo, insuflado quizá más por conveniencia que por convicción, pues tenemos nuestra propia experiencia en la Tierra que el ser politeísta sólo nos ha dejado hechos un polvorín. Una cosa esplendorosa es su lenguaje, sonidos musicales, como dicen por acá, música para tus oídos. Espero que un día en la Tierra nos podamos comunicar de idéntica forma porque nuestro lenguaje oral parece estar en desuso y ya sólo nos comunicamos a gritos y sombrerazos por todos lados.
Soy amante de la vida en todas sus formas y no se justifica el asesinato de ningún ser vivo, pero entiendo la actitud de los farenses hacía Illi. Aquí en la Tierra los gobiernos justifican los asesinatos de grandes humanistas en aras de preservar, dicen, el orden. Aunque han demostrado que lo único que han preservado son el poder y las prebendas. Desafortunadamente el viaje duró tres días y ya no podremos saber si el afecto y cariño mostrado hacía el terrícola es verdadero, honesto, porque como usted debe saber, el muerto y el arrimado a los tres días apesta.
Sin más, quedo de usted su atento y seguro lector.

Elan Aguilar

sábado, 17 de octubre de 2015

Parvulario

PARVULARIO*

“Monos, archimonos, estúpidos, viles e inocentes,
 con la inocencia de una puta de diez años de edad.”
            El Apando. José Revueltas
Cuento. Texto completo.
Autor: Elan Aguilar. *D.R.
I
Es posible que uno ya lo traiga en la sangre, y no en la sangre que se hereda de padre a hijo. No, en la sangre que ha sido derramada por todos nosotros, los que nos pertenecemos por una misma causa, un mismo dolor, una misma carencia, una misma injusticia. Eso de ser sensible ante el abuso de cualquier poder por pequeño que este sea. Y seguro debe ser porque era muy pequeño y nadie me lo había enseñado. Aquella ocasión, en que después de tres meses de haber iniciado el tercer año escolar, llegó un nuevo director a la primaria “Cristobal Colón” (pinche gachupín) y junto con él, su hijo. Lo primero que se rumoró era que ingresaría en nuestro salón a pesar de no haber cursado el segundo año. De primero a tercero: ¿Y eso se puede maestra Chepina? “Sí, el niño está adelantado.” Le di el beneficio de la duda, sin embargo cuando se incorporó a las clases demostró lo “adelantado” que se encontraba. “Ramiro, menciona la capital de Durango.” “¿Puente de Ixtla?” “Ramiro, ¿quién descubrió América?” “¿El cura Hidalgo?” Si este analfabeta está adelantado yo debería estar ya en quinto grado, fue lo primero que pensé y después mi primer sentimiento de coraje ante el abuso. Sobre todo ver la hipocresía de Chepina, que ante tales errores no le llamó la atención a Ramiro y mucho menos le hizo mofa ante el grupo como acostumbraba hacerlo con todos. Lo más grave que me pareció fue mirar el silencio y el disimulo del resto de la clase porque Chepina les había aleccionado antes de que Ramiro se integrará al grupo “Es el hijo deeel director, trátenlo bien.” ¿Trátenlo bien? ¿Por qué vamos a hacer diferencia si se nos enseña en la escuela que todos somos iguales? Por lo menos entre niños mexicanos era lo que nos enseñaba la hipócrita de Chepina desde segundo año con la Carta de los Derechos Universales de los Niños (Todavía no se le ocurría algún idiota agregar –y las niñas- pues entendíamos que se refería a los “niños” en general). Y sin embargo, también parece que se trae en la sangre lo agachón y servil. La oportunidad de medio subsanar se presentó el Día del niño (y la niña, época actual) cuando la Chepina se ausentó de la clase porque “se encontraba haciendo los preparativos para el festejo” aunque desde la ventana, los amigos y yo siempre la observamos sentada en la jardinera fumando cigarros junto con el profesor de deportes y la maestra Venegas. Y no es que tuviera la intención de hacerle pagar a Ramiro, las cosas se dieron. Empezamos a jugar al “burro congelado” donde se designa a uno para tratar de alcanzar a cualquiera del grupo y tocarlo, quedando “congelado” y así con cada uno hasta dejar a todos quietos. Ramiro se incorporó al juego sin preguntar si podía hacerlo. Nadie lo tomaba en cuenta pero él tocaba a todo mundo “congelado” “congelado” “congelado” hasta algunos detuvieron el juego y preguntaron si aceptaban a Ramiro en el juego, dijeron que no. El sentimiento de coraje en contra del director y Chepina al parecer no era yo el único y se compartía de manera velada. “No Ramiro, ya estamos completos.” Se reanudó el juego y “el hijo del director” continuó corriendo detrás de cada uno “congelado” “congelado” “congelado” y yo aproveche para ir por una escoba detrás de la puerta, de tres que había elegí una escoba hecha de varas secas. Y yo me fui tras de él, dándole de escobazos “toma” “toma” “toma” “Te dijeron que no jugabas ¿no entiendes?”, Ramiro después del tercer escobazo se fue a su butaca llorando. Saltó de su butaca Leonor, la niña que se sentaba en primera fila cerca del escritorio de la maestra a la que ponía a pasar lista y a quien Chepina había asignado de manera directa como la “jefa de grupo”: “¡Ya le pegaron al hijo del director! ¡Ya le pegaron al hijo del director! ¡Fue Orozco! ¡Fue Orozco!” Ganas de agarrar a escobazos a Leonor no me hicieron falta ¿Por qué ese deseo de notoriedad si había sido evidente para el grupo los escobazos y qué había sido yo? Que agradable fue ver a Pilar Montesinos levantarse de su butaca y decirle a todos “Que nadie diga quién fue” “Nadie vio”. Y Moisés gritó “Todos a sus lugares ahí viene Chepina”. ¿Qué paso aquí? ¿Quién hizo llorar a Ramiro? Preguntó la maestra y todos callados excepto Leonor que me veía como un perro de caza y esperaba paciente la orden del amo. Leonor, tú como jefa de grupo te dejé a cargo, dime ¿qué sucedió? “Maestra fue Orozco que le pegó con aquella escoba a Ramiro porque no lo querían dejar jugar al burro congelado”. ¿Así que jugando mientras yo estoy ocupada preparándoles el festejo del día del niño? Saben que está prohibido jugar dentro del salón. Los que jugaron se quedan sin recreo. Leonor, me haces la lista de los que se quedan castigados y no los dejas salir. Ramiro y Orozco, acompáñenme a la dirección, dijo Chepina. ¿A la dirección? ¿Por qué? Si otras ocasiones que ha sucedido lo mismo con otros niños lo único que ha pasado es dejarlos sin recreo. Si ella misma, en segundo año, había hecho un semicírculo con butacas y hecho pelear a dos niños delante de todos, sólo porque se le ocurrió que esta era la mejor manera de que resolvieran sus diferencias. ¿Y qué se supone que esperaba con llevar a Ramiro delante de su papá? Ya a mi corta edad tenía la experiencia de ver conspirar a la autoridad a su favor. Al entrar a la dirección lo primero que hizo Ramiro fue correr desconsolado a los brazos de su papá. No habían sido los escobazos por los que lloraba porque únicamente lo había azorado, era su orgullo lastimado de haberlo exhibido delante del grupo que no tenía autoridad sobre nosotros, aunque yo era el único responsable de lo sucedido. Siéntese ahí, me señaló una silla el director y le dijo a Chepina: mande llamar a sus padres. Nunca había estado en la dirección y el anterior director había sido un amigo con todos, le gustaba recibirnos en la puerta de la escuela con un saludo personal y nos despeinaba al pasar. Este nuevo director tenía un aire de emperador romano detrás del escritorio, cómo aquél que había salido en la película de Ben-Hur. Llegó únicamente mi madre, mi padre jamás asistía, era un hombre de negocios. La maestra Chepina había llegado al pueblo de la Candelaria sin esposo y con una niña cuando la Secretaría de Educación Pública le dotó de una plaza con cuarenta y ocho semanales, alquilo una casa de dos plantas a dos cuadras de la escuela que al cabo de dos años terminó comprando. Algunos decían que por haberse “revolcado” un par de veces con el dueño y otros que con el sudor de sus horas frente al grupo. Yo después de tomar sus clases imaginé que debían tener razón los primeros, porque desde primer año que me dio clases, todos los días, cuarenta minutos antes del recreo sacaba una caja de galletas que vendía a cada compañero a cincuenta centavos la pieza, y si no le comprabas te pedía revisar la tarea del día anterior, revisar tus apuntes de clase, o pedirte que no te levantaras de la butaca hasta que tocaran la campana del recreo y cualquier falta de lo anterior era motivo de dejarte encerrado en el salón. Y llevaba de algún modo perfecta cuenta de quiénes eran los padres de cada uno porque hacía diferencias de trato entre unos y otros, yo era uno de los que menos llamaba la atención y me fiaba galletas, hasta que llegó el hijo del director al salón. Ahí sentada frente al director y a un lado de mi madre, yo sentado a la distancia como lo dispuso el director, cualquiera la observaba, trataba de simular que se sentía afectada por tener que traer a mi madre y a la vez dar una imagen ante el director de ser una maestra que estaba al pendiente de la clase. El tipo que se hacía llamar director habló: “Señora, la hemos mandado llamar porque su hijo agredió a un niño y lo tendremos que expulsar de la escuela” mientras tenía a Ramiro entre sus piernas y le mesaba los cabellos. Este comentario del director no lo esperaba yo, ni mi madre, menos Chepina. Mi mamá no se dirigió al desconocido y viendo a Chepina con ojos de fuego preguntó y cuestionó: ¿Por qué lo van a expulsar? El cuerpo también tiene su lenguaje porque al ver el modo de preguntar de mi madre yo entendí “¿Quién dice que lo van a expulsar?”. Chepina tuvo en pocos segundos una visión general de dónde venía, quién era y qué quería porque rápido corrigió
-          Director, lo que hizo Orozco no amerita su expulsión.
-          ¿No me dijo que lo golpeó con una escoba?
-          Era la escobita de varas que hizo el conserje. Revísele la espalda y vera que no tiene nada. Ramiro lloró porque no lo dejaban jugar. Son cosas de niños.
-          ¿Entonces qué propone?
-            Llamarle la atención y que esté enterada la señora de Orozco para que lo corrija.
-          Por esta ocasión señora Orozco no expulsaremos a su hijo pero no puede quedarse hoy al festejo del Día del niño.
-          Director, deje que se quede. A pesar de su travesura sigue siendo un niño y hoy es también su día.
-          Está bien, que se quede. Eso es todo señora Orozco, se puede retirar.
Mi madre se levantó sin mirarlo “Con permiso” y salió tomándome de la mano “Vámonos”.
Al cruzar la puerta de salida, la maestra Chepina le atajó el paso “Déjelo que se quede, todos sus compañeros lo están esperando. Hoy es su día”. El rostro de mamá no disimulaba su coraje aunque no sabía contra quién, le salieron unas lágrimas y me dijo “Vete con tus compañeros y evita a Ramiro. Hasta luego maestra.” Al regresar a la escuela el único de mis compañeros que me esperaba y se mostraba preocupado era Raúl “El chato”.

II
¿Quién quiere jugar a los Romanos? Pregunté a todos mis compañeros del kínder en la hora del recreo, con mi casco de romano puesto y la espada de plástico en la mano. “Yo”, “yo”,
“yo también”, “¿cómo se juega?” Preguntó otro. “Se juega así, un grupo somos romanos y
otro grupo son esclavos. Los romanos perseguimos a los esclavos y los encarcelamos. Los esclavos tienen que correr y no dejarse alcanzar. Los que atrapemos los llevaremos a la celda que será el salón de música ¿Quién quiere estar conmigo?” Todos levantaron la mano. “No, no pueden estar todos ¿A quién perseguimos? Los que sean esclavos ahora, después les tocará ser romanos. Tú, tú, tú, tú y tú serán esclavos. Los demás son romanos. ¡Ahora, corran! ¡Detrás de ellos!” Y empezaba el griterío de todos, corriendo por todos lados los esclavos despavoridos, yo me movía detrás de mis soldados, viendo a dónde se escondían algunos y presto para desencadenar la furia del “emperador” o sea yo, contra esos escurridizos esclavos. Fuuuaaa, fuuuaaa, fuuuaaa, zumbaba mi espada gris contra la espalda de apolinar. “Ay, no tan fuerte. Me doy.” “Gustavo, llévalo a la celda” “¿Cuál celda?” “Al salón de música Gustavo, rápido que nos faltan 3 y se acaba el recreo. ¡Vamos, allá se esconde José Luis! ¡Corran!” Allá iban prestos mis heraldos y yo detrás de ellos con paso firme. “Ya lo tenemos ¡Por acá!” Me gritaron desde el salón uno A. ¿Por qué te escondes esclavo? Preguntando y dando, fuuuaaa, fuuuaaa, fuuuaaa. “Me rindo. Me rindo.” Fuuuaaa. “No te rindas tan rápido. Carlos, llévalo al salón de música.” A la distancia, un tercer esclavo veía la escena de la captura, y Guillermo gritó “Me rindo” entrando sólo al salón de música. Faltaba uno. Con ese desquitaría la astucia de Guillermo de salvarse de los azotes de mi espada gris. “Sssh, ya lo encontré. Está escondido detrás del piano del salón de música” dijo Rubén. Ese esclavo era Raúl “El chato”. “Que no se nos escape. Ustedes dos por este lado. Ustedes por este otro.” Y a los detenidos les hice una seña con la espada de que guardarán silencio. “¡Ah! Te tenemos.” Estaba por levantar la espada cuando Raúl “El chato” preguntó “Yo soy el último ¿Ahora a quién le toca llevar el casco y la espada?” Sin pensarlo dos veces respondí “Yo los seguiré llevando. Cambian  sólo los soldados a esclavos.” “Ven, se los dije. Él nos va a azotar a todos. ¿Y quién va a castigarlo a él? ¡Todos contra él!” Sentí un nudo en el estómago pero blandí la espada contra “El chato” por darles ideas, fuuuaaa, fuuuaaa, fuuuaaa. Y a correr. Corrí como nunca. No me daban alcance, de un salón a otro, tocó el timbre del recreo, se había terminado, pero ellos hicieron caso omiso al llamado, seguí corriendo, salí al patio, la resbaladilla, por el columpio, por el sube y baja, por el caballito de resorte, lo que encontraba a mi paso se los tiraba a los pies, un bote de basura, una escoba, una mesita, una silla, la profesora Hilda gritó a lo lejos “¡Niños que hacen! ¡Métanse al salón ya!” Pensé que ya me había salvado de su ira cuando nuevamente “El chato” comentó “Ya se va a cansar. Hay que darle pamba entre todos.” En medio de la lluvia de puños cerrados sobre mi cabeza, sentí gran impotencia, no de sentirme humillado sino de no poder decirle a la maestra Hilda la gran hipócrita que era, cuando momentos antes les pidió que se metieran al salón y ahora estaba parada ahí, viendo sonriente, permitiendo, que me golpearan en bola. De vuelta al salón al pasar junto a Hilda me comentó “Deja de molestar a tus compañeros, ya ves lo que puede pasar.” Pensé por un momento que ella le había dado la idea a los demás, pues me pareció observarla parada viendo la escena, todo el tiempo, desde que empezaron a corretearme. Casualidad o no, al salir de clases le pregunté a “El chato” de quién fue la idea de darme pamba “Yo fui” dijo, y me desquite con él, y se volvió inseparable, literalmente.


III
Raymundo Abarca apareció en sexto año, y nunca tuve interés de saber su procedencia, si era del grupo B o C, si del turno vespertino o se incorporaba de otra escuela. Me llamó la atención su edad y su estatura, nos llevaba en promedio seis años y treinta centímetros más alto. Llegando la feria al pueblo Raymundo nos preguntaba:
-  Vino el teatro Robalsa. ¿Van a ir el fin de semana? Vayan en la función de la noche si quieren ver pelos.
-  ¿Pelos? Quién diablos va a gastar su dinero por ver pelos.
-  ¿Qué no sabes? ¿O te haces guey?
-  Claro pelos, cómo no voy a saber ¿O de qué estamos hablando?
-  Por eso, vayan. Te dicen que no entran menores de edad pero después de las ocho y cuarto  a todo mundo dejan entrar.
Mis amigos le daban el avión o eso creía porque después que regresaba a su lugar, le preguntaba a Jorge Cárdenas:
-  ¿De qué pelos hablaba Raymundo?
-  Tu dile que sí y ya.
A la siguiente semana Raymundo nos platicaba:
-  ¿Por qué no fueron? Se puso bien chingón. ¿Han visto a la chava que cobra en la taquilla? Pues esa a las diez de la noche salió bailando “noches de gardenia” y se fue desvistiendo poco a poco. Sí. Empezó a bailar y fingía quitarse la blusa, dos, tres veces cuando la gente le empezaba a gritar ¡Qué se la quite! ¡Qué se la quite! ¡Qué se la quite! Y se la quitó. Quedó con su sostén, una falda corta y sus zapatos dorados. Todos aplaudieron. ¿Conocen a Ramón “El chiquilín”? Ya saben que es halcón ¿no?
- ¿Halcón? No. ¿Qué es ser halcón?
- Es asesino. Dijo Alberto Castillo
- ¿Asesino? ¿Y por qué no lo detienen? Volví a preguntar.
-  Trabaja para el gobierno, contestó nuevamente Alberto.
-  ¿Quieren que les siga platicando? ¡Cállense cabrones! En primera fila estaba el pinche chiquilín y era el más desmadroso. Cuando se quitó la blusa y se quedó en sostén la güera,
el chiquilín gritó “Qué chingonas ubres mamacita ¡Más grandes que las de mi vaca!” Todos empezaron a reír. Y empezaron los gritos de ¡Falda! ¡Falda! ¡Falda! La chava empezó a caminar de un lado al otro del escenario y simulaba quitársela hasta que nuevamente la gente volvía a gritar ¡Qué se la quite! ¡Qué se la quite! ¡Qué se la quite! La chava se bajó la falda y quedó en ropa interior. El chiquilín volvió a gritar “¡Si así está la vereda cómo estará el camino! ¡Peluda aunque me atore!” Y ya saben todos riendo.
-  ¿Qué es eso de la vereda y el camino? Pregunté inoportunamente.
- No te hagas pendejo Orozco. Luego te explico. Y la güerita que se quita el sostén, no mamen, unos pezones bien rositas, parecían dulces. Y todos empezaron a silbarle fiuuu, fiuuú. Y el pinche Chiquilín se paró cerca del escenario y con una mano se restregaba la
bragueta. Ya estaba bien caliente el guey. Y qué empieza a azuzar el avispero ¡Qué se quite 
el calzón! Y todos ¡Qué se lo quite! ¡Qué se lo quite! ¡Qué se lo quite! Y la güera aparentó retirarse del escenario, asomando su cara por la cortina y volviéndose a esconder cuando dejaban de aplaudir, la tercera vez el chiquilín les gritó a todos ¡Aplaudan fuerte, culeros! ¡¿No quieren ver pelos?! ¡Aplaudaan! Y todos en chinga aplaudiendo, que sale la güera al escenario, fue a pararse a la orilla del escenario, y de un jalón que se quita el calzón, se lo pasó entre las piernas dos o tres veces y le daba vueltas en su mano ¡Aviéntamelo mami! Le gritó el chiquilín ¡Aviéntamelo o subo por el! Y no sé si le gustó el chiquilín o fue por miedo a que cumpliera su palabra pero le arrojó el calzón y se fue del escenario. Mientras el chiquilín se ponía el calzón de máscara y volteaba a ver a todos levantando los brazos mientras se carcajeaban. Entre semana también hay función por si quieren ir. Aguas ahí viene el profe.
Llegó el fin de curso y todos estábamos con la expectativa de quién saldría de la primaria para ingresar a secundaria y quiénes se quedarían a repetir el sexto año. Y varios de nosotros teníamos cierto morbo más por saber quiénes serían los reprobados que por nuestra calificación final. El maestro Eufemio empezó a leer uno por uno el nombre y el resultado de los exámenes que tenía en el escritorio:
- ¿Alberto Castillo? Tienes siete punto cinco.  ¿Manuela Betanzos? Tienes ocho.
Y así cada que iba mencionando a uno por uno, nos volteábamos a ver y felicitarnos a la
distancia con el dedo levantado, cuando preguntó:
- ¿Quién es Raimoco Albaca? ¿Nadie? ¿Alguien conoce a Raimoco? Bueno, lo dejaré al final.
Y todos nos mirábamos preguntándonos si era una broma del profesor o quién sería Raimoco. Terminó de leer todos los resultados, todos habíamos pasado el último examen y sólo faltaba uno, todos volteamos a ver a Raymundo. El profesor le pidió que se levantará de su asiento y pasará al pizarrón.
- ¿Puedes escribir tu nombre en el pizarrón, por favor?
Y Raymundo empezó a escribir: R a i m o c o cuando empezó a llorar. El profesor continúo:
 -  Muchas felicidades a todos. Han terminado un ciclo en sus vidas y les deseo que puedan terminar el siguiente. El único que repetirá sexto año es Raimoco Albaca. Se pueden retirar. El lunes nos vemos en el festival de clausura.
El maestro se retiró del salón y el grupo de amigos nos acercamos con Raymundo para tratar de consolarlo. Se cubría el rostro. Nos pusimos alrededor de él. Nadie sabía que decirle o si sabían nadie lo decía. Con la mirada nos dábamos la palabra pero nadie la tomaba. Alguien empezó a decir unas palabras y como en un rosario, todos íbamos repitiendo lo mismo: no te preocupes; un año se pasa rápido; seguirás siendo nuestro amigo. El sólo contestó: “Ya no seguiré estudiando”.


IV
Diez y media de la mañana, la hora del recreo. Siempre una agradable sorpresa ir a buscar a mi madre o a la empleada doméstica al portón de la escuela, ¿qué traerán de desayuno? Unos chilaquiles con un huevo estrellado, telera y agua de limón; unos tacos de cecina con tira de nopales asados, rodaja de limón y agua de Jamaica; unos huevos revueltos con jamón, frijoles refritos, tortillas y agua de naranja; o simplemente un par de tortas o de sándwiches con rebanada de queso amarillo o manchego, lechuga, jitomate, aguacate, cebolla y jamón, queso de puerco, de cabra, tocino frito o salami; un recipiente de plástico pequeño con sandía, mandarina, tuna, uvas, papaya, manzana, toronja, guanábana, zapote, granada, o cualquier otra fruta de temporada. Siempre esperaban a que comiera la fruta primero para llevarse la vasija y despedirse. Estaba en cuarto año cuando Salomón, mi compañero de butaca, nos quedamos en el salón para disfrutar nuestro desayuno, abrí mi bolsa de papel y descubrí una gorda torta de huevo revuelto con chorizo, y Salomón suspiró: “Qué rico huele el chorizo”. Él abrió su morral y sacó un descomunal bolillo envuelto en dos servilletas, se me hizo agua la boca de imaginar todo lo que podía entrar en ese enorme pan. 
- Salomón ¿Quieres cambiar tu torta por la mía?
- No.
- ¿Por qué no? ¿No dijiste que te gusta el chorizo?
- Si, me encanta el chorizo. Pero no creo que a ti te guste la mía.
- Huele bien. ¿De qué es?
- No te va a gustar. Cómete la tuya. Provecho.
Y Salomón amagó con darle tremenda mordida, a esa belleza de virote y no lo podía permitir si existía una posibilidad de que cambiara con la mía, lo detuve del brazo con que sostenía tal colosal hogaza.
- Salomón, vi como saboreaste el olor de mi torta ¿por qué no la quieres cambiar por la tuya?
- Porque no te va a gustar la mía.
- Pues eso es cosa mía. Muéstrame de qué esta rellena.
- Bien, te mostraré y comemos.
Abrió el pan y me mostró. Nunca había visto algo similar y tampoco me imaginaba la cantidad de ingredientes con los que uno se puede hacer una torta: estaba llena de rajas de
chile en vinagre y esparcido, como confeti, pedacitos de queso duro. No sé qué cara debí hacer pero Salomón dijo:
- Ves, te lo dije. No te iba a gustar. Provecho.
- No, espera. Tu torta esta riquísima. Por favor, toma la mía. A mí no me dejan comer chile en la casa. Pero no le digas a nadie porque me pueden hacer burla. Y esta es mi oportunidad. ¿Cambiamos?
- Bueno, si es así, cambiemos. Toma.
Jamás había comido tanto picante a la vez, de hecho nunca lo pedía y no me gustaba. Pero después de comer, quizá una lata entera en la torta de Salomón, las apuestas entre el chato,
el enano, el papas, Raymundo, el pollo y yo, de quién era el más valiente en comerse el chile en vinagre más grande fueron siempre, apuestas ganadas. Al llegar el mes de diciembre, nos propusieron en la escuela realizar un cambio de regalos, se repartieron papelitos con los nombres de cada uno y se tomaría uno, el nombre escrito sería a quién te tocaría regalarle. Se mencionó que lo que importaba era el detalle y no el objeto en sí. Me tocó Salomón y eso era mejor que haberme tocado una mujer porque siempre resulta complicado saber que le puedes obsequiar, si le gustará o no. Y ahora, antes de llegar a casa a decirles a mis padres que podía regalar en un intercambio, ya llevaba en la cabeza una lista: un cuaderno, un lapicero, una caja de galletas surtidas, una mochila, un juego de colores, una lonchera, y hasta en regalarle un kilo de chorizo pero mis padres dijeron que no sería apropiado como regalo. Llegó el día de entregar los regalos, yo deseaba que fuera una compañera sólo por saber que se les ocurría para regalo a un hombre. Sin embargo, en el momento que la maestra dijo: “Busquen a quién les tocó y entreguen sus regalos.” Salomón volteó a mirarme y me extendía un paquetito en vuelto en papel estraza.
- ¿Esto es para mí? ¿Quién te tocó? Pregunté.
- Tú.
- ¿En serio? Jajaja. Pues a mí me tocó regalarte a ti. Toma. Ábrelo. Espero te guste.
- Yo también espero te gusté. Y discúlpame, me hubiera gustado regalarte algo más.
Abrió su regalo: un cuaderno de raya profesional, un lapicero, una goma, un sacapuntas, una caja de colores y una caja de galletas. Abrí el mío: un jabón de baño.
- ¡Excelente amigo! Hoy lo estreno llegando a casa, le dije. Sabía que ese regalo que me estaba haciendo era con el corazón.
Salomón además de ser siempre callado, muy estudioso, siempre puntual, pulcro, sabía muchas cosas. Como aquella ocasión en que al estar buscando la goma de borrar dentro de la mochila, me corte con la navaja que utilizaba para sacar punta a los lápices.
- Chin, ya me corté. Maestra ¿Me da permiso de ir al baño a lavarme?
- Ve Orozco.
- Espera, dijo Salomón. ¿Quieres curarte rápido?  -Asentí con la cabeza-. Entonces no te laves. Vas al baño y te orinas sobre la herida.
- ¿Me orino sobre la herida? Pregunté en silencio.
- Sí, hazme caso. Si no tienes ganas de orinar, yo te acompaño. Cualquier orín sirve.
- Está bien. Yo lo hago, no te preocupes.
Y ciertamente, la herida dejó de sangrar y al tercer día mi dedo estaba cicatrizado. Salomón
se volvió un referente, no le gustaba jugar los juegos del resto, si, en ocasiones pesados, nos empujábamos, nos llenábamos de agua, nos tirábamos tierra, nos correteábamos, nos escondíamos los cuadernos, las mochilas, los lapiceros, hacíamos guerritas de bolas de papel y Salomón nunca participaba. Lo estimaba y nunca le pregunté por qué no se unía al juego. Al final, pasábamos juntos la hora de clase. Pasamos a quinto año y volvimos a compartir la misma banca en el salón. Un lunes, el día que estábamos conmemorando el Día de la Bandera, la formación de los alumnos en el patio era similar al de la clase, cada uno al lado de su compañero. Ahí estaba junto al relamido Salomón, que antes de iniciar sus toques la banda de guerra me dijo discretamente:
- Estoy preocupado. Mi madre ya lleva unos días enferma. Hoy deseaba quedarme con ella pero no me permitió. Me dijo que no podía faltar a la escuela. Me abrazó y me dijo que siempre me portara bien. Quisiera estar con ella.
- No te preocupes. Tu siempre te portas bien. Eres el mejor de la clase Salomón. Tu mamá va a estar mejor. No te preocupes.
No sabía que más decirle. Y tampoco sabía que tan enferma estaba su mamá. Pero la manera en que me lo dijo me mortificó. Tenía once años y él doce. La banda de guerra empezó a tocar. Izaron la bandera. La maestra de quinto se acercó a él y le hizo señas de
que le acompañara. Salomón abandonó la formación y a la distancia la maestra le comentaba algo al oído y después le abrazó. Salomón dejó a la maestra parada y regresó a su formación. Saludaba a la bandera, con la cabeza agachada mientras lloraba.
- ¿Qué pasó Salomón? ¿Estás bien?
- Mi mamá murió, me dijo mientras continuaba con el saludo a la bandera.
La muerte, por primera vez la escuchaba de cerca. Sentí un escalofrió. Una gran pena por mi compañero. Nada tenía sentido en esos instantes. Su mamá muerta, la banda de guerra tocando, los profesores parados junto a sus grupos en solemnidad, el director izando la bandera, trajeado, perfumado y ajeno, la profesora sólo había llegado a dar una terrible noticia y Salomón seguía ahí parado, llorando la muerte de su madre y saludando a la bandera. Y yo sin saber qué hacer. Dejé el saludo y me acerqué a Salomón. Lo abracé. Miré a mis compañeros y les dije: murió la mamá de Salomón. Raymundo, Alberto, Jorge, Raúl, Javier, Emilio, Rosario, Juana, Clemencia y Gloria se acercaron para hacer un círculo alrededor de Salomón. La muerte se llevó a la mamá, y a Salomón de la escuela. No lo volví a ver en la primaria.


V


¡Aguas, ahí viene Genrruchito! Gritó Raúl en salón y todos corrimos a nuestros lugares. Genrruchito era el apodo del maestro de educación física, un hombre corpulento, un metro con setenta y cinco de estatura,  de tez blanca, pecoso, cabello pelirrojo y siempre vestido con playera o polo de algodón blanca y un short demasiado corto, calcetines y tenis, y tal vez cuando lavaba los tenis, de zapatos de vestir negros. Era involuntario reir delante de él y le molestaba bastante cualquier atisbo de burla y un buen golpe en el hombro o jalón de oreja a quién se atreviera a decirle Genrruchito en su cara. ¿Dónde dejó la andadera profe? Le preguntó Paco El ostión y toda la clase se carcajeaba. Ven Paco, ayúdame a pasar lista, dijo el maestro. Y Paco confiado se acercaba al escritorio y Genrruchito teniéndolo cerca le propinaba un coscorrón con el nudillo del dedo medio. Claro, después le dejaba pasar lista a Paco con los ojos llorosos del dolor.
- Hoy vamos a empezar con las prácticas de los festejos de los quinientos años del descubrimiento de América, comentó Nicandro, que era el nombre del maestro de Educación Física
- Profe Nica, se me olvidaron…
- ¿Nica, qué?
- Profe Nicandro, se me olvidaron…
- ¿Profe, qué?
- Profesor Nicandro, se me olvidaron…
- Así deben expresarse jóvenes, con propiedad. Y tú Alberto y los demás que hayan olvidado sus tenis, el short, o la playera pueden salir con zapatos, pantalón o la camisa del uniforme ¿entendido?
- ¡Si, profesor Nicandro! Respondió en coro el grupo.
En el grupo “A” con cuarenta  y ocho alumnos, siempre se perdían quince minutos en el pase de lista. Y quién sabe porque motivo siempre les gustaba tomar a nuestra clase de conejitos de indias para todo evento: la banda de guerra, la guardia de honor, el o la declamadora en cualquier festejo, la selección de futbol, basquetbol, voleibol, participantes de concurso de ciencias, y ahora saldría de aquí Moctezuma, Hernán Cortés, Cristóbal Colón y la Malinche, en ese orden dijo Genrruchito. Y no lo pensó dos veces, empezó por la Malinche.
- Hilda, tú vas a hacer de la Malinche.
- ¿Yo profe?
- ¿Yo, qué?
- ¿Yo por qué profesor? Mejor Sonia que es más inteligente. Yo ni sé quién es la Malinche. Y no creo que le guste a mi mamá que salga de Malinche.
- De que le guste a tu mamá yo me encargó Hilda, no te preocupes. Así que pásate de este lado.
En cuanto supe que Hilda sería la Malinche, deseaba ser escogido como Hernán Cortés
pero no sabía cómo decirlo sin que fuera obvio mi interés. Nicandro después de recibir la respuesta de Hilda, la pensó dos veces para elegir al resto y optó por preguntar.
- Los que deseen participar como Moctezuma, Hernán Cortés y Cristóbal Colón que levanten la mano.
De inmediato levanté la mano y también Raúl “El chato”, Paco “El Ostión”, Jorge “Calmitas”, José “El loco” e Israel “El charal”. Sobraban.
- Mmm. Esta ocasión voy a escoger a los más altos. Pasen de este lado, Orozco, Jorge e Israel. Los demás pasen con la maestra Purificación para que les enseñe su rutina, indicó Nicandro.
Me imaginaba la escena a lado de Hilda, pues algo había leído sobre la relación de Hernán Cortés con la Malinche. Cuando la voz de Genrruchito me distrajo.
- ¿Si escuchaste Orozco?
- ¿Qué profesor?
- ¿Qué, qué?
-¿Qué si escuché qué cosa, profesor?
- Lo vuelvo a repetir, Jorge será Cristóbal Colón, Israel será Hernán Cortés y tú Orozco, serás Moctezuma ¿entendido?
- Profe ¿No puedo ser…
- ¿Profe, qué?
- Profesor ¿Y no puedo ser yo Hernán Cortés?
- Tú serás Moctezuma y punto ¿entendido?
- Entendido profesor.
Era mejor decirle que sí a todo o atenerse a un buen golpe con su puño en el hombro y decía que los daba despacito pero parecía no estar consciente de sus ciento diez kilos de peso, aunque él siempre decía que pesaba ochenta. Genrrucho continuó hablando a los demás. Nos mostró la rutina y ciertamente mis dudas se volvieron realidad, El Calmitas caminaría con un pergamino en una mano y en la otra un globo terráqueo, yo con un bastón y un gran penacho, e Hilda caminaría de la mano con El Charal ¡todo el tiempo! Deseaba en esos momentos mejor renunciar a mi papel y pedir un reemplazo. Ser uno más de utilería o si no se podía, por lo menos hacer mi personaje el más dramático. Me acerqué con Genrruchito.
- Profesor Nicandro ¿Y también vamos a hacer la escena de cuando le queman los pies a Moctezuma?
- No Orozco, no la vamos a hacer.
- ¿Y por qué no? Eso fue parte de la historia o lo que se dice que sucedió. No entiendo qué vamos a festejar.
- Vamos a festejar ¡E l d e s c u b r i e n t o d e A m é r i c a! ¿Entendido? ¿O quieres que lo repita?
- No, ya entendí profesor. Vamos a cumplir con un requisito más que les pide la SEP ¿No?
- Así es Orozco. Ahora que ya lo entendiste deja de darme lata y ve con tus compañeros.
- Okey. Pero ¿No me puede cambiar con El Charal? Me gusta más Hernán Cortés y el traje que le van a poner. Yo tengo que venir de huaraches.
- Mira Orozco, es obvio que te gusta Hilda. Pero si estás interesado, debes decírselo a ella directamente ¿Me entiendes?
-No.
-Toma para que entiendas. Y Genrrucho me dio un tremendo golpe en el hombro con su nudillo que me sacaron las lágrimas.
A partir del momento que empezamos nuestras rutinas de los festejo del descubrimiento de América, el grupo empezó por su cuenta a llevar a cabo en el salón de clase lo que no estaba en el libreto: la mesa de los sacrificios. Tomados al azar, cualquiera que pareciera descuidado, era candidato para ser ofrecido a los dioses de Aztlán. Pedro “Paletas”, que su papel en la puesta en escena le tocaba ser un miembro de la tribu que rendía pleitesía a los caminantes rumbo al templo mayor, era de los más entusiastas en practicar a cada hora la mesa de los sacrificios. Nadie se salvaba. Hasta aquellos que parecían los más indefensos como Orlando “El periquito”. Orlando se había ganado el apodo desde la escuela inauguró sus nuevas instalaciones. Un par de edificios de tres pisos y un salón amplio y techos altos que sería utilizado de laboratorio dijeron. Son las instalaciones nuevas, de seguro dejarán a los de tercer año allá y que sea la primera generación, fue lo que pensamos. Pero nuevamente, los conejillos de indias: “Jóvenes, a partir de la próxima semana se presentan a ocupar las nuevas instalaciones, cada salón estará indicado con un papel en la puerta a que grupo le corresponde.” Comentó el director. El tercer piso, el salón de la esquina. Y al lado del edificio, la barda a medio construir que daba a una calle de terracería, y enfrente la casa de la señora Chole, que supe posteriormente que así se llamaba cuando empezó a vender tostadas con chile búfalo, palomitas con chile piquín, rebanadas de mangos verdes que cortaba de su patio y que dos o tres veces nos metimos a hurtadillas a cortar, tacos dorados con salsa de chile habanero, quesadillas doradas de untadura de papa y chiles en vinagre y sus famosas semillitas tostadas del que Orlando era el acaparador de su producción cada día. Podía dejar de comer y de beber pero su ración industrial de semillas de doña Chole no le podía faltar. Regresaba del recreo y las horas de clase que faltaban antes de salir de la escuela, Orlando se la pasaba despepitando las semillas y tirando las cascaras en el suelo. Era una alfombra blanca alrededor de su butaca, el piso se perdía. Se ponía triste o serio si doña Chole no llevaba suficientes. Luego por molestarlo, el grupo de amigos a la hora del recreo, salíamos corriendo al puesto de Chole para comprar todas las semillas. No entendíamos aquel amor que Orlando profesaba por las semillas de calabaza hasta el día que lo vimos con lágrimas en los ojos porque tres días seguidos le hicimos la misma travesura. Alguien dijo “Debió ser un perico en otra vida.” Y de ahí le nació su apodo a Orlando, “El perico”.
- Ahí viene Orlando, ¡abusados! Dijo Pedro
Y al entrar al salón, todos los compañeros tomaron a Orlando, unos de los pies, otros de las
manos, y lo llevábamos cargando hasta el escritorio mientras otros se encargaban de irle quitando al sacrificado, prenda por prenda delante de todos, cinturón, camisa, playera, agujetas, reloj, calcetines, zapatos, la víctima de la mesa de sacrificio entre risa y empujones cooperaba, hasta el momento en que sólo quedaba el pantalón y empezaba a bajárselo, todos aguantábamos la broma, pero muchos no permitían quedarse sin pantalones delante de las compañeras de salón, que en ocasiones reían y en otras, a coro pedían “¡Que se los quiten! ¡Que se los quiten!” Orlando aguantó y se quedó vestido únicamente con su trusa. Cuando lo soltaron, antes de vestirse, empezó a repartir patadas, todos riendo huíamos y algunos gritaban “¡Enloqueció el periquito!”

VI
Era el día del estudiante y también el día del examen de biología, todos sabíamos que era parte de su “personalidad” del profesor Carlos. Quién sabe porque razones miserables alguna gente, no importa dónde, cuándo, cómo, trata de ser un personaje, y característico, con problemas de alcoholismo. Carlos siempre, sin excepción, entraba al salón de clase con gafas oscuras y masticando chicle, pero el olor a alcohol, casi la mayoría de las veces, destilaba de su cuerpo. Ese día planeábamos irnos de pinta de la escuela porque no nos festejaban el día del estudiante, según por ser menores pero tampoco permitíamos que nos celebraran el día del niño porque ya no lo éramos. Así que terminando el examen nos iríamos a un terreno con un gran estanque de riego que utilizábamos de alberca. Todos nos miramos y al parecer teníamos la intención por primera vez de reportar al profesor ante la dirección, de presentarse con aliento alcohólico. Alguien se acercó y le dijo:
- Profesor Carlos ¿Se fue de fiesta anoche?
- Vete a tu lugar, sino quieres que te repruebe.
Se levantó Jorge, Alberto, Orlando, Pedro nos hizo señas de apoyar, y nos acercamos al profesor.
- (Jorge) ¿A quién va a reprobar profe?
- (Pedro) Huele a alcohol profesor ¿Tomó?
- (Todos) Hoy es día del estudiante, denos chance profe.
- (Carlos) Está sencillo el examen. No tardaran. Váyanse a sus lugares, sólo quédate tú Pedro. Ahora va con ustedes.
Habló Carlos con Pedro por unos segundos y luego Pedro empezó a repartir los exámenes
escritos a cada uno, mientras decía al entregarlo “Carlos Biología”, “Carlos Biología”. Nos hacía señas para que miráramos las hojas del examen, era de opción múltiple, abcd, abcd, y luego mnro, mnro, klmn, klmn, y empezó el murmullo mientras el profesor cabeceaba en su escritorio “La respuesta es Carlos Biología.”
Por única vez, el grupo de amigos éramos los primeros en entregar el examen y salir del salón viendo al resto sobre los hombros. Mientras, fuimos esperando a cada uno en el punto de reunión: la barda donde vende doña chole. Nos brincamos la barda y nos fuimos directo a nuestra quinta, que consistía en un gran terreno bardeado y una enorme pila de cuatro metros de largo por tres de ancho y metro y medio de alto. No daba aún el medio día y Pedro “Paletas” preguntó si alguien quería algo de la tienda, todos dijimos que sí, “Pues apoquinen con todo lo que traigan yo se los traigo” y quedaron limpios los bolsillos. Regresó con papitas, un par de refrescos, cinco cervezas y una cajetilla de cigarros.
- (Pedro) Aquí están sus cosas morros.
-(Todos) Te dijimos refrescos, más botana, helado, no cervezas guey.
-(Orlando) Y semillas.
-(Pedro) Pues traje dos refrescos para los fresas. Y no me digan que no fuman. De los suyos culeros. El que no quiera chela lo puede ir a cambiar a la tienda que está en la esquina, con 
Don Toño, menos los cigarros porque ya me fume uno. Y estoy preparando unos de guerra para el que le quiera poner.
-(Orozco) ¿Cuáles son los de guerra Paletas?
-(Pedro) A ese guey pásenle un refresco. ¿Y a dónde llevas esas papas Perico?
-(Orlando) Voy con Don Toño a que me las cambie por unas semillitas.
-(Todos) No chingues Orlando. ¡Agárrenlo! ¡Vamos a tirarlo a la alberca!
Al terminar el día, todos bronceados y algunos con los ojos rojos, Pedro nos invitó a su cumpleaños el fin de semana, “Los espero el sábado, no falten culeros.”
El sábado llegó y fuimos de casa en casa pasando por cada uno, El enano, El calmitas, El ostión, El perico, El loco, El charal, El panqué, El chocorrol, El robot, El puñetero y yo, llegamos a la casa de El paletas. La casa era pequeña, yo la vi más pequeña que la pila de agua donde pasamos el día del estudiante, pero tenía un extenso patio. El papá de Pedro era mecánico y había sacado los carros que tenía para reparar, a la banqueta. Estaban ahí varios familiares de Pedro, en su mayoría hombres. Él era el menor de cinco hermanos. Estaba formado un gran círculo de sillas en el patio y en medio una fogata donde estaban asando cortes de carne, chorizo, moronga, cebollas, nopales, chiles jalapeños. Y había una gran cantidad de cartones de cervezas vacíos, porque las botellas las tenían enfriando en un contenedor metálico que servía de hielera para la ocasión. Deseaba ir directo a la parrilla y prepárame un par de tacos y con eso darme por bien servido, porque a ojo de buen cubero eran el triple de personas invitadas que la cantidad de carne que se pudiera estar asando, y el triple de cervezas que de invitados pero no tenía edad para beber, Paletas tampoco pero a su familia parecía no interesarles esas pequeñeces de sociedad. “Bienvenidos hijos, pásenle, tome asiento” nos decía el papá de Pedro mientras iba destapando cervezas y dándole a cada uno.
- (Pedro) A Orozco no le des. Es fresa, jefe.
-(Papá) ¿Cómo que no tomas? Aquí te vamos a enseñar. Toma.
-(Pedro) No jefe, no le des. Lo van a regañar en su casa si toma. Invítale refresco.
-(Papá) ¡Así que eres fresa! ¿Eh? Pasa con mi mujer a que te de refresco hijo. Esta bien que no tomes, así nos alcanzará más. Jajaja.
-(Pedro) ¡Jefa! Sírveles refresco al periquito y a Orozco.
Pasamos el periquito y yo a la casa, no había habitaciones y las divisiones estaban hechas de telas colgadas del techo. Mariel, como se llamaba la mamá de Pedro, le sirvió refresco al
periquito en el último vaso de la casa.
-(Mariel) ¿Orozco? Asi te llamas ¿Verdad? Ya no tengo vasos ¿Te puedo servir en una taza?
-(Orozco) Bueno, ese es mi apellido, yo me llamo…
-(Mariel, interrumpiendo) Me da mucha pena hijo, también se me terminaron las tazas ¿Te puedo servir en un plato hondo?
-(Orozco) Si, no hay problema. ¿Y usted cómo se llama?
No tenía edad para beber alcohol y sin embargo parecía tener la edad para empezar a ver de distinta manera a las mamás. La mamá de Pedro era alta, de tez blanca, de grandes pechos bajo un gran escote que nada quedaba a la imaginación y lo que a Pedro le hacía falta de nalga, a ella le sobraba.
- (Mariel, con voz trémula)     Me llamo Mariel. Qué pena Orozco, también se terminaron los platos hondos ¿Te puedo servir en un plato amplio?
-(Orozco, viendo el escote) Si señora, puede servirme en lo que guste.
Así salimos el periquito y yo al patio a unirnos al círculo de invitados, el con su vaso y yo con una erección.
A excepción del periquito y yo, todos en la fiesta se encontraban bebiendo, hasta las sobrinas y primas pequeñas del Paletas tenían su botellita de cerveza. La música sonaba a todo volumen en la radiograbadora, una estación de música ranchera, que alternaba con baladas románticas gruperas y que las gritaban a todo pulmón el papá del Paletas y sus amigos. Qué horror. Pero se me pasaba cada vez que Mariel pasaba recogiendo los envases vacíos o pasaba a dejarnos los platos con un par de tacos y nopales. Ya pasada la tarde, el papá de pedro sacó un pedazo de papel y hierba seca de su pantalón. Empezó a formar lo que parecía ser un gran puro. Imaginé que se le habían acabado los cigarrillos de marca.
-(Orozco, a Orlando) ¿Y por qué mejor no compran unos cigarrillos en la tienda?
-(Orlando) Si tienen cigarrillos. Eso que está fumando se llama marihuana.
-(Orozco) ¿El papá fuma marihuana? Que moderno. En mi casa ni soñando lo permitirían.
-(Orlando) En la mía tampoco. ¿De dónde crees que aprendió Pedro? Pobre.
-(Orozco) ¿Pobre, por qué? Parecen que la están pasando bien.
-(Orlando) Pobre porque eso no le ayuda en la escuela. ¿No te has dado cuenta que se
queda dormido en la clase? ¿Qué no pone atención? ¿Qué le cuesta retener información?
¿Qué va mal en la escuela?
-(Orozco) ¿Y ya viste a su mamá?
-(Orlando) Si, está bien buena.
Terminamos por retirarnos temprano de la fiesta, ocho, nueve de la noche, Pedro ya se veía bastante tomado y drogado al igual que su Papá y empezaban a abrazar y a llenar de besos a medio mundo. Los familiares parecía que disfrutaban esas muestras de cariño y era entendible, así que era mejor dejarlos en confianza. Cuando nos retiramos, fui a despedirme de la mamá de Pedro dentro de la casa, y entregarle su plato amplio, felicidades le dije y le di un abrazo como quién se despide de alguien que no volverás a ver. Hubiera hecho lo mismo con Pedro.
Unas semanas después, Pedro había faltado a clase un viernes. Se había ido con sus hermanos y los amigos de estos a un pueblo vecino que celebraba a San Isidro Labrador. Hacían corridas de toros desde las once de la mañana, todas las casas preparaban mole, arroz, aguas frescas de sabor, y todas tenían sus puertas abiertas para cualquiera que deseara pasar a comer, y por las noches todos se reunían en la plaza del pueblo llena de juegos mecánicos: la rueda de la fortuna, el tiovivo, los carritos chocones, las tazas locas, el gusanito, el trenecito. La casa de los espejos, de los espantos, de los animales raros y peligrosos, juegos de azar, juegos de mesa, así que debió pasarla bien. Se habían ido en una combi y el problema fue el regreso. No iba entre ellos ningún abstemio o si iba, quizá no sabía manejar. El sábado el charal llegó a la casa de mis padres a darme la noticia, Pedro había manejado la combi de regreso de la celebración y perdió el control en una curva, todos murieron excepto un amigo de sus hermanos. Quedamos de vernos a las seis de la tarde en el velorio. Nuevamente estábamos ahí reunidos. El papá de Pedro estaba desecho y Mariel y sus hermanas atendían a las personas. Una extraña sensación teníamos todos después de estar ahí en una fiesta y ahora en la solemnidad. Nadie quería pasar. Sólo yo me dirigí a Mariel para darle un abrazo, sabía que no la volvería a ver: lo siento mucho.

VII

Y no se les olvide traer tabiros ¿Cuántas cajetillas? Preguntaron. Unas cinco por lo menos,
respondieron todos. Nos poníamos de acuerdo un día antes de salir de excursión a la playa. La salida era el viernes y regresábamos el domingo. Era la tradicional excursión anual de secundaria y ¿cuál era el motivo? La escuela mandaba una carta a los padres de familia donde explicaba que “como parte de los requerimientos educativos impuestos por la Secretaría de Educación Pública” se llevaba a cabo anualmente la excursión para los últimos grados y “parte de su formación y conocimiento general”. A las seis de la mañana estábamos listos fuera de la escuela con nuestras maletas y mochilas llenas de tortas, sándwiches, refrescos, jugos, panes, fruta, ropa como para una semana, toallas y un traje de baño. José el loco fue el primero en sacar una cajetilla de cigarros sin filtro.
-(José) ¿Quién va a querer un tabiro?
-(Todos) ¡Rólalos!
Los que iban de responsables de la excursión era el director Marcelo, el prefecto Miguel, el profesor Genrruchito de educación física y el profesor Carlos de biología. Al verlos imagine que al discurso de la carta le faltó agregar “y un pequeño puentecito para descanso de los riñones” pues todos tenían fama de ser bebedores. José acababa de repartir los cigarros cuando llegó el prefecto Miguel.
-(Todos) Ya se agüitó la cosa.
-(Miguel) ¿De cuál están fumando?
-(Todos) ¿De cuál? Del que nos recomendó el doctor. Sin filtro.
-(Miguel) Bueno, ya son hombrecitos y ya saben que de aquí no sale nada. Ni de lo que vean ni de lo que escuchen. Y nadie se separe. ¿Entendido? Pásenme un cigarro.
Mientras íbamos subiendo al camión, las mujeres estaban reunidas con Genrruchito y se alcanzaba a escuchar:
-(Nicandro) Hijas, recuerden que son menores de edad y que todavía les falta estudiar más ¿Cierto? Y sus papás me las confiaron, así que no quiero sorprenderlas con ninguno de estos pelados. Y si alguno se quiere pasar, me avisan inmediatamente, yo lo pongo en su lugar ¿Entendido?
-(Todas) Si profe.
-(Nicandro) ¿Si, qué?
-(Todas) Si, profesor Nicandro.
-(Nicandro) Bueno, ya súbanse. ¡Y ustedes cabrones, ya fumando tan temprano!

Al medio día ya nos encontrábamos en la playa, el director Marcelo propuso ir primero a instalarse al hotel, del que ya eran clientes frecuentes, pero la mayoría nos opusimos
pidiendo quedarnos en el mar mientras los responsables podían ir al hotel a realizar los
registros. Se fueron el director, el prefecto y el profesor de biología que continuaba  roncando en el autobús. La mayoría llevaba una muda de ropa por lo menos, excepto Israel “El charal” que además de su bolsa de pan de caja lleno de sándwiches y tres triangulitos de Boing de mango, sólo llevaba puesto un pantalón pescador rosa, que todos asegurábamos se los había prestado su hermana, una playera sin mangas de color amarilla con una leyenda “I hate beach” y unas sandalias blancas que le nadaban, y en lugar de trusa, su traje de baño.
-(Israel) A ver quién gana en llegar primero al agua
-(Todos) ¡Puto el último!
Estábamos buscando el traje de baño, cuando vimos a Israel botar su ropa en su asiento y ¡listo! Ahí estaba parado en la puerta del autobús mirándonos con una sonrisa sarcástica: ¡Ahí se ven chavos! Nos dijo y salió como rayo todo su esquelético cuerpo rumbo a la arena. Y aunque parece buena idea ir con el traje de baño puesto desde tu casa al mar, a menos que sea un bañador nuevo, no lo es en absoluto. Pero si es un modelo ya bastante usado, el calor y la fricción del pantalón pueden estropearlo. Y nadie se había percatado de ello sino hasta que Paco “El ostión” nos gritó:
-(Paco) ¡Heey miren al charal! ¡Su traje de baño se le va deshaciendo!
Su bañador que parecía sacado de un mantel de cocina, se encontraba deshilado justo entre las nalgas, todos muertos de la risa pero prometimos no decirle nada. Y así pasó la tarde El charal, siendo el último en sentarse en la Banana acuática, en subirse al paracaídas, en dejarse poner aceite de coco en la espalda por las compañeras de la escuela, en caminar por la playa tramos largos cerca de lugares públicos, al atardecer, todos le pagamos su hora en la pista de patinaje sobre ruedas, y el feliz y nosotros también.
Antes de llegar al hotel, los compañeros trataban de ponerse de acuerdo con las compañeras si nos reunimos en alguno de los cuartos por la noche. Sin embargo, el profesor Carlos tenía otros planes.
- (Todos) ¿Qué pasó profe? ¿Dónde están el director y el prefecto?
-(Carlos) No lo sé, por ahí. Pero todos arréglense. Los voy a llevar a una clase de ciencias naturales. Vamos a aprender la práctica.
-(Todos) ¿No es opcional profe?
-(Carlos) Pues nadie va a la fuerza. El que guste obtener diez en el próximo examen lo espero en el lobby a las diez y nueve horas. Adiós.
Llegamos puntuales Paco, Israel, José, Orlando, Javier, Alberto, Emilio, Jorge, Ricardo, Luis y yo, al lobby del hotel. También el profe Carlos que ya nos esperaba con dos taxis en la puerta: un par de bochitos verdes sin el asiento del copiloto. En el bocho que me subí le pregunté al chofer si no tendría problemas con alguna infracción de tránsito por llevar seis pasajeros.
- ¡No, brody¡ Esos chuchos también comen del turismo. De nosotros sale para sus refrescos.
  Llegamos al domicilio, una extensa barda alta de color blanco y la entrada un portón metálico con un vigilante que se acercaba a los vehículos para verificar que cumplieran el requisito del anuncio de acceso: “No se permite la entrada a uniformados, religiosos, personas que porten armas, mujeres embarazadas, vendedores ambulantes, menores de edad y MILITARES. No insista.” Le comenté al chofer que no nos dejarían entrar porque aunque muchos de nosotros parecemos mayores, todos somos menores de edad.
- ¡No, brody! Aquí todos son bienvenidos. A nosotros nos pagan por traer clientes.
El vigilante se acercó al bocho, saludó de forma familiar al chofer y pasamos sin problema. Cruzamos un enorme vergel con pequeños cuartos y llegamos al sitio de reunión: una palapa.
El profesor Carlos y los otros cinco compañeros ya nos esperaban. Todos parecían saber dónde estábamos o ser clientes frecuentes del lugar, se encontraban emocionados.
- (Carlos) Muy bien chavos. Vamos a estar un rato. Venimos a bailar solamente. Y si alguien quiere tomar, sólo tiene permiso de una cerveza ¿entendido?
- (Paco) Profe ¿Y si me quiero echar un palito?
- (Carlos) El palito te lo voy a dar yo, pero en las nalgas (Todos reímos). Ya lo comenté: sólo venimos a bailar.
En la recepción una mujer joven en bikini, con botas, chaparreras y sombrero vaquero le daba a cada uno la bienvenida con una nalgada. Cuando me tocó mi turno me detuvo.
- (Vaquera) ¡Hola vaquero! ¿Traes pistola? ¿De qué calibre es?
-(Orozco) Hola. No, no traigo pistola. Venimos a bailar.
- (Vaquera) Jejeje ¿Seguro no traes pistola? ¿Me permites revisar?
-(Todos) Este guey no carga pistola. Jajaja
-(Orozco) Si señorita, me puede revisar pero no traigo pistola.
- (Vaquera) Mmm, a ver ¿Y esto qué es? (Tocando la entrepierna de Orozco)
-(Orozco) ¿Qué? No traigo nada.
-(Todos) Trae una metida en las nalgas, revíselo. Jajaja
-(Vaquera) No, si trae una buena pistola. Por lo que siento debe ser una Magnum (Apretando la entrepierna de Orozco) ¿Verdad mi vida?
- (Orozco) Ah, ya. Si, de esa pistola si traigo.
-(Todos) Jajaja. Este es marisco. Mejor baile con uno de nosotros.
La noche trascurrió entre cumbias y danzones, de a cinco pesos la pieza, refrescos y semillitas de botana, que consumió en su totalidad Orlando. Durante cuarenta minutos el profesor Carlos salió del lugar con una mujer vestida de conejita, y luego regresó sólo para avisarnos que ya era hora de retirarnos. Regresamos al hotel de la misma forma: en dos bochitos desvencijados. El sábado de vuelta a la playa. Algunos entretenidos nadando. Otros debajo de las palmeras viendo pasar a las mujeres de bikini. Tomando agua de coco. El profesor Carlos tendido en una toalla sobre la arena, con sus lentes oscuros de siempre. Y Paco maliciosamente preguntaba: Profe ¿Y el director y el prefecto se volvieron a quedar en el hotel?




VIII

-Oiga joven. E l señor que se acaba de bajar del autobús, le saco su cartera.
Antes de salir de secundaria, el director Marcelo y el prefecto Miguel se presentaron al salón para hacernos una invitación.
-(Marcelo) Buenos días a todos. No se levanten. Venimos a invitarlos a aquellos que deseen seguir estudiando el bachillerato, a incorporarse a la preparatoria pública Emiliano Zapata, la cual va iniciando y de la que tengo el gusto de ser el nuevo director. El prefecto Miguel, aquí presente, también labora en la preparatoria como profesor de educación física. Nos dará mucho gusto volverlos a encontrar. Saben que tienen unos amigos en nosotros y queremos ayudarles a continuar sus estudios. A todos los interesados, la semana que entra inician las inscripciones. Los esperamos.
-(Alberto) ¡Profe! ¿Nos van hacer algún descuento en la inscripción?
-(Marcelo) A todos les vamos a hacer el cincuenta por ciento de descuento.
-(Emilio) Que sea gratis la inscripción profe, y vamos todos.
-(Marcelo) ¿Quiénes son todos? ¿A cuántos les gustaría asistir con nosotros? Levanten la
mano. (La mayoría levantando la mano) No estén jugando. Serios.
-(Jorge) Estamos serios profe. Si usted no nos cobra la inscripción, nos vamos la mayoría a la preparatoria Emiliano Zapata.
-(Todos) Así es profesor. Nos vamos con usted.
-(Marcelo) Está bien.  La inscripción yo la pago. Pero sólo a aquellos que me hagan entrega de su solicitud llena y dos fotografías tamaño infantil antes del próximo viernes. Me dejan los documentos con Miguel. No me despido. Con permiso.
-(Todos) ¡Bien profe! ¡Todos con Zapata!
Así, antes de llegar el viernes, el prefecto Miguel ya contaba con los documentos del Calmitas, el Panqué, el Perico, el Ostión, el Enano, el Charal, el Loco, el Chocorrol, el Robot y el mío en su escritorio. Ninguna mujer del salón se apuntó. Decían que la preparatoria estaba muy retirada de sus casas y sus padres no las dejaron inscribirse. Otros optaron por estudiar carreras técnicas y varios dejaron de estudiar. Ciertamente desconocíamos la distancia que había para llegar a la preparatoria. Una hora en autobús. Pero el grupo de conocidos seguíamos juntos. Era el primer día de escuela y quizá por la hora en que coincidíamos varios alumnos de la preparatoria, el camión viajaba lleno, en el pasillo gente parada en doble fila e iba haciendo paradas continuas. En una de ellas se bajaron dos tipos, los dos con gorra y morrales al hombro. Cuando una señora le dice a un pasajero que le acaban de robar su cartera. Todos de inmediato se tocaron las bolsas traseras de sus pantalones.
-(Javier) ¿José, tú te quedaste con mi cartera?
-(José) No guey ¿No te di la mía?
-(Orlando) A mí también me la bajaron.
-(Orozco) No sean pendejos, se la llevaron esos rateros que acaban de bajar.
-(Alberto) ¡Ey, chofer! ¡Detenga el camión! ¡Nos acaban de robar! (Deteniéndose el autobús)
-(Paco) ¡Bájense todos! ¿A quién más le falta su cartera? ¡Vamos por ellos! (Bajándonos del autobús)
-(Israel) ¡Ey! ¡Ustedes dos, de las gorritas! ¡Hijos de su puta madre! ¡Deténganse!
-(Rateros) ¿A quién le dices hijo de puta? (Amenazantes, sacan una navaja)
-(Jorge) ¡Todos, agarren piedras! ¡Ustedes dos hijos de puta! ¡O nos regresan nuestras carteras o ya se los llevó la verga!
-(Emilio) ¡No oyeron pendejos! ¡Vayan sacando lo que traen en esos morrales!
-(Rateros) ¡Cámara! ¡No hay pedo! Miren, esto es todo lo que traemos ¿Cuál es la de ustedes? (Sacando cuatro carteras cada uno)
-(Javier) Esa café es la mía
-(José) Esa negra de en medio es la mía.
-(Orlando) Esa de mickey mouse es la mía
-(Rateros, Arrojándolas) ¡Cámara!
-(Orozco) Y falta la mía, esa que tienes en tu mano izquierda.
-(Ratero, arrojándola) Sale carnalitos. Nomás no anden solos.
-(Emilio) ¿Qué? ¿Nos estas amenazando? ¡Chinga tu madre! A ustedes no los queremos volver a ver por aquí. Y yo a ti te conozco. La próxima vez, te vamos a buscar a tu casa.
-(Todos) ¿No oyeron? ¡A chingar a su madre! (Retirándose los rateros)
 -(Paco) Vámonos, el camión nos está esperando.
-(Chofer) Muy bien chamacos, que se apoyan todos. Pero tengan cuidado con esos
malandrines. Nunca se sabe si pueden portar pistola. Y no vale la pena.
-(Paco) Es cierto chofer. Pero si hubieran traído pistola, nos asaltan a todos y a hasta usted le hubiera tocado.
 Después de doce generaciones, nuestro grupo de primer año era el más numeroso, lo desconocíamos hasta ese momento, entramos setenta y nueve alumnos entre el “A” y el “B”, y los grupos de segundo y tercer año se conformaban por máximo quince alumnos por grupo. Los de segundo y tercero se pusieron de acuerdo para llevar a cabo la “novatada” para los hombres, que consistía en cargar a los de nuevo ingreso hasta una fuente de agua que se encontraba frente a la escuela y ser arrojado con todo y zapatos. Fueron pasando los días y fueron arrojados todos los hombres excepto nueve de nosotros, sin proponérnoslo. Siempre llegábamos juntos y nos íbamos juntos y nos preguntábamos porque aún no lo hacían con nosotros. No éramos chicos rudos ni aparentábamos serlo, quizá la mayoría de nosotros pasábamos del uno setenta de estatura menos el Enano y el Periquito. Hasta que llegó el profesor de educación física a hablar con nosotros.
-(Miguel) ¿Qué paso chavos? ¡Intégrense!
-(Todos) ¿De qué nos habla profe?
-(Miguel) Los de segundo y tercero andan diciendo que piensan golpear al que trate de
arrojarlos a la fuente ¿es cierto?
-(José) No profe, nunca hemos dicho eso. ¿Verdad?
-(Orlando) Yo fui el que anduvo diciéndolo. La neta, estos zapatos me los acaba de comprar mi jefecito y dejo de comprar algunas cosas para la casa para dármelos, y todo para que estos culeros vengan y me los echen a perder. No se vale Miguel.
-(Todos) Jajaja. No, esa no nos la sabíamos Miguel. Pero no hay bronca por nosotros, sólo diles del caso de Orlando, para que le quiten sus zapatos. Explícales. 
-(Miguel) Vale. Yo hablo con ellos. Mañana van todos al agua. Vengan preparados.
Al día siguiente el Periquito llegó con playera, unos pantalones cortos y huaraches.

IX

La marihuana no era algo desconocido. Ya en secundaría Pedro “Paletas” era consumidor y pocos o ninguno del grupo imitaban su hábito. Casi la mayoría o todos del grupo fumaban 
cigarrillos. Yo empecé probando los cigarrillos en la primaria, por curiosidad, por amistad y
por el ejemplo de los mayores. En primaria tenía un vecino, Gonzalo, que en su familia todo mundo fumaba, su papá Ramiro, su tía Chofi, su hermana mayor Mónica, su abuelo Berna y María, Tita, Marcelo y Silvio sus vecinos de a lado. Y en casa, mi padre lo hacía y tenía un gusto por tener de cada marca, de cada sabor, de cada aroma, habidos y por haber. Cada día le sacaba una cajetilla a hurtadillas y me iba a casa de Gonzalo para probar los cigarros. Y la única cajetilla que nos terminamos fue la de cigarros mentolados. Terminamos con dolor de cabeza y fue mi primera experiencia y la última por aquellos años. El cigarrillo volvió en la preparatoria. Increíble el poder que le puedes transferir a un objeto por pequeño que sea, si te apendejas.  A principios de febrero en el pueblo donde se encontraba la escuela Emiliano Zapata, se llevaba a cabo un carnaval, banda de viento, conformada por una o dos tamboras, cinco o siete trompetas, dos o tres platillos, una tuba, dos o tres tambores, dos clarines, un saxofón y el director de la banda, aunque nunca le ví dirigir, parecía que ya la música se la sabían de memoria, puedo asegurar que era el dueño o un director honorario. Acompañaban a la banda de viento, los chínelos, hombres vestidos con trajes largos de una sola pieza, del cuello a los talones, de manga larga, adornados con lentejuela y figuras que cosían al traje como águilas, serpientes, vírgenes, caballos, Zapatas, toros, crucifijos y hasta alguna cruz gamada me llegue a encontrar. Los rostros cubiertos con máscaras con barbas, sus manos con 
guantes blancos, verdes o rojos y su cabeza cubierta por un sombrero de copa alta adornado con chaquira y lentejuela y cocidos un par de figuras como soles, lunas o estrellas. La banda junto a los chínelos iniciaban su recorrido justo donde se encontraba la escuela. Nuestro primer carnaval. Parecía ser parte de las actividades culturales porque la dirección daba por terminadas las clases en cuanto la banda empezaba a tocar la música del chínelo. Empezaba el baile, ir dando brinquitos, brincos y brincotes de un lado a otro al compás del sonido durante el recorrido, y durante el cual la gente en la calle se iba incorporando al grupo, hasta llegar al punto de reunión, la explanada del zócalo, donde ya esperaba más gente la llegada de la comparsa. Armando “El cepillo” tenía la costumbre, no lo sabía, de armar su caja de cigarrillos con marihuana.
-(Armando) ¿Quién quiere un cigarro?
-(Todos) ¡Rólalos! 
El trayecto de la escuela a la explanada del zócalo era de diez kilómetros aproximadamente, pero sin darme cuenta, ya estábamos ahí en el lugar de reunión, todos bailando con los chínelos, con vasos de cervezas en la mano que quién sabe de dónde salieron, Orlando cargando un tambor en la espalda, Javier que decía que la banda de viento era para la raza, venía a lado echando cuetes, Emilio cargaba una bandera de carnaval que hacía danzar al frente del contingente, Israel parecía que había encontrado novia o una nueva amiga de la que, iban brinco y brinco, tomados de la mano y yo, dándole a una tambora al compás que me marcaba su portador. La fiesta continuó hasta muy noche, nadie se acordó de la hora en que pasaba el último autobús a casa. Hasta que todos nos volvimos a reunir.
-(Alberto) Mis chavos, ya hace rato que nos dejó el último carro ¿Alguien sabe cómo nos vamos a ir?
-(Luis) Hay que tomar un taxi, son como veinte kilómetros.
-(Ricardo) No creo que un taxi nos quiera llevar a todos.
-(Armando) No se apuren, nos vamos a ir caminando. Aquí traigo más cigarros.
Y llegamos caminando a nuestras casas.

X

“Tuvimos un sirenito, junto al año de casados, con la cara de angelito, pero cola de
pescado. Tuvimos un sirenito, junto al año de casados, con la cara de angelito, pero cola de pescado.”
Se escuchaba la canción de Rigo Tovar, como ya era costumbre, que anunciaba que la primera función en el cine de Don Vicente estaba por iniciar. Ir un día al cine era como salir de viaje, el pago de entrada te daba derecho a ver tres películas, además había permanencia voluntaria porque esas tres cintas las volvían a repetir una vez más. Había funciones de martes a domingo y duraban en cartelera de dos a tres semanas. El megáfono de la Iglesia protestante no llamaba a tantos parroquianos como lo hacía Rigo Tovar y su canción del sirenito. Era viernes y ese día se estaba anunciando el estreno de “Garganta profunda”. Era la noticia en la comunidad y no era para menos, en noticieros y periódicos se daba reseña del filme y parecía conmocionar a la gente en general, algunos a favor, otros en contra, defensores de la libertad de elección y defensores de la moral daban su opinión sobre la misma. Se había corrido la voz como reguero de pólvora: era la primer película que se proyectaba en México que contenía escenas sexuales explícitas, se terminaban las aburridas cintas de ficheras y su doble moral. Ahora todos los amigos nos pusimos de acuerdo para asistir, nos intrigaba sobre todo lo que se decía: la aparición de un órgano masculino de veinte centímetros, pues todos presumíamos de tener el más grande. Alguien dijo que aparecía una escena donde la protagonista le mide el pene al amante. Todos quedaron de medírsela y llevar los resultados el día del estreno para comentarlo. Se anunciaba: “Cine sólo para adultos. “Bellas de noche”, “El mofles”, y “Garganta Profunda”, únicamente 20 pesos.” Alegremente, la mayoría ya habían cumplido los dieciocho años, excepto yo que los cumpliría en tres meses. Y no me dejaban entrar. Aunque sabía que era sólo cubrir apariencias. Las mujeres adultas que cuidaban la entrada y recogían boletos nos conocían a la mayoría desde pequeños, y ese día su mirada denotaba cierta picardía y contubernio. Yo sonreí y les guiñé. Con boletos en la mano, uno a uno fueron pasando, me dejaron de último. Una de ellas, La More, me detuvo antes de ingresar.
-(La More) ¿Tu credencial?
-(Orozco) La olvide en casa. No sabía que debía presentarla para entrar.
-(La More) Esta función es exclusiva para adultos. Tú eres un menor de edad.
-(Orozco) Tengo la misma edad que mis amigos que ya dejaste entrar. Luego te enseño mi credencial.
-(La More) Si quieres ver la función siéntate aquí, atrás de ésta cortina.
Había una barra de madera al cruzar la cortina de la entrada, pegada a su banco donde
recogía los boletos. No podía perderme el estreno y menos no verla porque sería la comidilla
entre los amigos, que ya se encontraban cómodamente sentados en la tercera fila. Me quede sentado en la barra y la función empezó. De pronto sentí unas enormes y duras nalgas pegadas a las mías que empezaron por moverse suavemente. Sentí el impulso de levantarme y asomarme por la cortina para saber qué era lo que sucedía pero con ese cuerpo pegado al mio y su suave movimiento, separados por una cortina, empezó a gustarme, y más aún cuando pasados unos minutos, aquellas nalgas empezaron a golpearme rítmicamente. No tenía ni idea de cuánto tiempo trascurrido llevaba la primera cinta, cuando se prendió la luz de la sala y yo me sentí exhibido, por un momento pensé que habían detenido la proyección para echar luz sobre el par de calenturientos de la entrada. Pero la gente se levantó de sus asientos y varios se dirigían hacia los baños y otros a dulcería, intenté hacer lo mismo pero no reaccionaba. De los que no me salve fue de mis amigos que se encontraban cerca y al prenderse la luz empezaron a buscarme en la sala, Margarito “El pitufo” fue el primero en darse cuenta que me encontraba sentado en la barra y fue inevitable.
-(Margarito) ¡Pinche cabrón! ¡Te estas torteando a La More! ¡Eeeh!
Fingí que no se dirigía a mí y de inmediato salí del cine con el pretexto de haber olvidado
algo. Eran quince minutos que dejaban pasar antes de iniciar con la segunda cinta y deambulé un rato, todavía con la incertidumbre de si esas nalgas habían sido las de La More o si todo
había sido producto de mi imaginación. ¿Le gustó como a mí? ¿Me llamará la atención por el atrevimiento? Al regresar, La More me detuvo en la entrada y dijo:
-(La More) En la semana te espero en la casa después de la cinco. Te voy a dar unos pases de entrada gratis.
Su voz suave y pausada cerca de mi oído al decírmelo me hizo sentir un escalofrío que recorrió mi cuerpo y llegó a la entrepierna.
-(Orozco) ¿Entre semana? ¿Después de las cinco? ¿Miércoles está bien?
-(La More) Van a pasar. Ya empezó la cinta. Te espero.
-(Orozco) El miércoles paso. Adiós.
La espera hace que los días sean más largos, el miércoles contaba las horas y a las cinco de la tarde ya estaba ahí, frente a su puerta. Ahora me asaltaban otras dudas ¿Qué diré si no sale La More y sale a recibirme su papá? Lo único que se me vino a la mente era preguntarle si ya sabían que películas iban a estrenar en cartelera el fin de semana. Así que toque la puerta, sin mucha fuerza, esperando que nadie escuchara y tener el pretexto de
decirle que había asistido a la cita pero que nadie salió. Cuando estaba por hacerlo, se abrió la puerta. La hermana de La More, La Chapis, estaba parada frente a mí. “Pásale” ordenó.
Parado en medio de la sala busqué con la mirada dónde estaba La More. La Chapis que era quince años mayor que yo preguntó: ¿Cuántos años tienes? Veintiuno, contesté sin dudar. Aunque tenía diecisiete e imaginé que ella eso ya lo sabía. Y mentí pensando en que tal vez si era menor de edad no me permitiría alguna relación con La More, mi potranquita azabache. Muy bien, siéntate ahí, dijo La Chapis mientras señalaba la silla de rueditas del escritorio, un escritorio lleno de papeles y carteles de películas. Me va a poner a ayudarle a poner en orden esos carteles seguramente, y comentó: ponte cómodo, ahora regreso. Se metió a un cuarto cerca de la sala, donde seguro debió haber estado todo este tiempo La More, quizá arreglándose para dar un paseo, o para salir y ayudarme con el trabajo de arreglar este papelerío. Bueno, todo sea por ganarme unos boletos de cine gratis. La puerta finalmente se abrió y salió La Chapis con un blusón transparente y ropa interior de encaje. Estas cosas sólo las había visto en el cine, bellas de noche, las ficheras pero ahora una de las escenas se recreaba en vivo y a todo color. Sentía el palpitar de mi corazón y trataba de calmarme y cuando pensaba que lo estaba logrando, el palpitar brusco se iba del corazón hacia el pene, y ahí todo parecía fuera de mi jurisdicción. ¿Cómo me veo? Preguntó. Yo me relaje un poco, mi sexo no, tal vez sólo quería mostrarme el modelito y le diera mi opinión.
Pero antes de darle mi punto de vista, ya me tenía contra la silla y mi cara frente a sus bolas de cristal, dónde podía ver el futuro, felicidad. “Tócame” dijo casi en silencio, y levante mis brazos. “¡Pero no con las manos!”, y utilicé mi nariz para tocar los globos de azúcar. “No, con tu lengua.” Estuve a punto de bloquearme pero debo reconocer que el miembro viril tiene sus propias razones. Continúe las indicaciones, sin experiencia, pues la lengua la usaba como un doctor usa su estetoscopio con el enfermo. Pero La Chapis era paciente y buena maestra, dijo “Hazlo así”, moviendo la lengua. Lo hice tal como me había indicado pero después debió haber cambiado de parecer porque me tomó de los cabellos y movía mi cabeza de un seno al otro y de un pezón al otro. “Muérdeme” y lo hice. Nunca en la vida he vuelto a demostrar tal disposición para aprender, si alguna vez fui un alumno destacado fue este momento: mientras daba pequeñas mordidas mientras dirigía mi cabeza a placer, la fue llevando lentamente debajo de los pechos, el estómago, la cintura, el ombligo, la entrepierna derecha, luego la izquierda y luego… “Ahora la lengua” dijo suavemente, cuando también se escuchó que abrían el portón de la casa: “¡Mi papá!” Dio un salto del escritorio y se fue corriendo al cuarto. Pensé en quedarme sentado en el escritorio como si estuviera trabajando con los papeles pero opté por salir a hurtadillas de ahí cuando vi que mi pantalón tenía una gran mancha a la altura del cierre y no tenía algún vaso de agua cerca, por lo menos para fingir que se me había caído accidentalmente.

XI

Luis “El chocorrol”, no se destacaba por ser un alumno brillante, sin embargo le compensaban otras cualidades: tenía habilidad para disimular muy bien cuando copiaba o usaba sus apuntes durante los exámenes. Y burdamente trataba de ejercer un liderazgo en el grupo, lo que nunca sucedió, quizá porque la mayoría teníamos una personalidad fuerte o porque no éramos violentos.  El Chocorrol trataba de organizar más que un grupo, una banda callejera, de choque, de mostrar quienes eran los más fuertes. Todos le daban de su lado pero nadie le seguía. Llegó a tener dos incondicionales, muy parecidos a él, y que conoció en la preparatoria. Héctor y Pablo. No había día que no llevara algo para mostrar que andaba preparado por si el “peligro” acechaba: spray de pimienta, spray de chile, una navaja, un cuchillo, unos chakos, una punta, un bóxer, un fuete, una manopla, hasta una pistola. Y le dio por tratar de someter a los de nuevo ingreso, quería hacerse respetar. Pero ese último año, entraron por primera vez, más chavos de la comunidad local y también traían sus planes de no dejarse de ninguno y menos si no pertenecían a la localidad. Cierto día que veníamos saliendo de la escuela, paso corriendo el Chocorrol por la calle y gritó: ¡Córranle! Y ahí vamos todos detrás de él. Al llegar al crucero nos subimos al primer autobús que iba pasando. Miramos hacia la calle y observamos a un grupo que venían detrás pero al no alcanzar el camión se fueron por un atajo, para salir más adelante y hacerle la parada al chofer, que desconocía al igual que nosotros, lo que estaba sucediendo. El camión iba lleno y nosotros en el pasillo, el Chocorrol le dijo al chofer: “No les hagas parada, vámonos. Vámonos porque si no, no me hago responsable de lo que pase”. El conductor lo volteaba a ver por su retrovisor cómo tratando de adivinar si el que hablaba estaba en su juicio o era un enfermo mental o por lo menos eso expresa con la mirada y nosotros también. Se detuvo y subieron encolerizados un grupo como de doce, mientras que nosotros sólo éramos seis.
-(Grupo de doce) No vamos a ningún lado chofer, sólo queremos que se baje el de la camisa café que va parado.
-(Alberto) ¿Qué traen pendejos? ¿Qué quieren con El Chocorrol?
A pesar de no ser violentos, la actitud de los que seguíamos juntos desde la secundaría era siempre de estar unidos, nadie se quedaba atrás y a nadie se abandonaba. Esto lo sabía muy bien El Chocorrol y lo aprovecha refugiándose con todos cuando las cosas se le ponían difíciles por su postura de valiente.
-(Grupo de doce) Tú pinche enano, ni te metas. El pedo no es contigo.
-(Alberto) ¿Me conoces?
-(Grupo de doce) No. Pero si conoces al de café, pues bájense los dos.
-(Alberto) Pues si no me conoces y me dices enano, tú te puedes bajar. Pero a chingar a tu madre.
-(Chofer) Los que se subieron ahorita y los que van parados, bájense. Arreglen sus cosas abajo. Respeten, llevo pasaje.
-(El Chocorrol) Que se bajen ellos, nosotros ya te pagamos, además te avise que no te detuvieras.
-(Grupo de doce) Váyanse unos a esperarlos por la puerta de atrás. Nosotros por acá adelante (Cargando un palo corto el de adelante).
-(Chofer) Les voy a abrir la puerta de atrás para que se bajen todos, chavos. Y abajo arreglan sus diferencias (Abriendo la puerta trasera).
-(El Chocorrol) ¡Ya valió verga chofer! Ahora te bajas hasta tú. Aguanten la respiración (Dirigiéndose a nosotros y sacando su spray de chile).
Luis roció de spray en la cara a los que se subieron por delante, quienes de inmediato gritaron del ardor de los ojos y los pasajeros asustados y estornudando se levantaban de los asientos en desbandada. Los amigos de los doce que nos esperaban por la puerta de atrás se desconcertaron al escuchar gritar a sus amigos y los buscan desde abajo por las ventanillas,
momento que aprovechamos para bajar del autobús.
-(El Chocorrol) ¡Ey! ¡Pendejos! Aquí estamos.
-(Los amigos de los doce) ¡Ya bajaron, que no escapen!
-(El Chocorrol) (Dirigiéndose a nosotros) Aguanten la respiración.
Y Luis nuevamente vació su spray en la cara de los que nos esperaban abajo del carro. El olor era criminal, algunas mujeres gritaban asustadas ¡Me voy a ahogar! ¡Auxilio! ¡Qué echaron! Unos niños lloraban. Unos señores estaban molestos pero estaban confundidos también. El grupo de doce, estaban descontados. Simplemente no podían abrir los ojos. Salimos de ahí corriendo por un callejón y ocho cuadras adelante esperamos agazapados a qué pasara otro camión. Cuando le preguntamos a Luis que había pasado, por qué le seguían, dijo: Por nada. Ellos estaban sentados en una jardinera y al pasar a su lado sólo les dije: todos me pelan la verga.
Y de la noche a la mañana, Luis vio su sueño cumplido. En la escuela rápido se corrió la voz: un grupo de rufianes del pueblo trataron de agredir a un conjunto de estudiantes en el autobús al salir de clases, sin éxito. Los rumores son más fuertes que el amor. Nada se puede hacer contra eso. Por más que trataba de explicarles a algunos compañeros lo que había motivado todo. Ellos prefirieron quedarse con la idea que le habían buscado pleito a la banda de la preparatoria y con la banda nadie se mete.
Aquel grupo de doce ofendidos, estuvieron esperándonos a un par de cuadras fuera de la
escuela, por un par de semanas. Semanas que tuvimos que andar pidiendo raid a los profesores que llevaban vehículo al salir de clase. Era mejor prevenir. Aunque a Luis eso le emocionaba. Algunas veces salió a mirarlos desde la entrada y hacerles señas con la mano o con el brazo o gritarles: “¡Nos la pelan!”. Cierto día nos hicieron llegar una carta con uno de sus paisanos, que decía:
“No queremos pelea con ninguno de la preparatoria y no tenemos motivo. El único que nos la va a pagar es el que nos arrojó picante a los ojos. Si no es en estos días, será en el día menos pensado”.
De valientes están llenos los panteones, sin duda. Aquí la situación a pesar de la carta, para nosotros nada cambiaba. Si algo tratarían de hacerle a Luis, no lo íbamos a permitir. A pesar de sus tonteras, era parte del grupo. Sin embargo, empezamos a viajar nuevamente por autobús y mandábamos a Luis de raid, con algún profesor.


XII

Llegó el día del estudiante y nos fuimos a festejarlo a un balneario rústico, de aguas cristalinas
y frías.
César era nuestro jefe de grupo, un joven delgado, muy delgado, muy estudioso, muy correcto y muy serio, quería estudiar una ingeniería al terminar el bachillerato. Los compañeros lo molestaban diciéndole La Flauta, pues no le agradaba llevarse pesado con nadie y sin embargo le gustaba estar siempre entre la bola. Él fue el de la idea  aquella tarde asoleada de marzo cuando nos salimos de pinta, y nos fuimos a nadar al Río Frío, un río que utilizaban para riego de los campos de sementera cerca de la escuela, de aguas cristalinas y demasiado frías, en las tierras se sembraba la caña, el arroz, el cebollín, las hojas de limón, los rábanos, las jícamas y de manera natural en la rivera y en las cercanías arboles de huamúchil, de zapote, de guayaba, de guanábana y de mango. Un tiempo era ir para nadar y otro comer frutos. El día de la pinta, los árboles de mango estaban cargados, tupidos, sus ramas se doblaban con el peso de los frutos verdes y maduros, muchas de ellas al alcance de la mano, y César a pesar de su delgadez era bastante goloso, comía cada vez que la oportunidad se presentaba y siempre tenía hambre, no entendíamos como podía mantenerse tan esquelético, y con el pretexto de acordarse de las compañeras de clase dijo: ¿Por qué no cortamos unas ramas con mangos y las llevamos a la escuela para compartir? Y Orlando El perico agrego: “Sirve que allá en la cocina de la escuela los preparamos con sal, chile y limón. ¿Quién se lleva una?”
Y todos regresamos a la escuela cargando enormes ramas con mangos, algunas tan grandes que las llevaban arrastrando como si fueran su cruz. Uno podía pensar que iríamos a poner una vendimia de mangos con chile para la escuela, y al llegar algunos compañeros de otros
grados empezaron a acercarse para tratar de coger alguno, pero Orlando grito: ¡Rápido, llevemos las ramas al salón!
Nuestro salón era el más grande, antes había sido un galerón, por lo que la entrada contaba con un pórtico grande de madera antiguo. Adentro estaba el resto de la clase que ya esperaba el inicio de la siguiente clase: metodología de la investigación con la maestra Socorro, una mujer bajita, que utilizaba lentes de aumento y un bochito para desplazarse, era tan bajita que al manejar su vehículo, no se distinguía su rostro con la saliente del volante visto de frente, por lo que los compañeros cada vez que veían llegar el bochito comentaban: ahí viene la escarabajo. Y La escarabajo se le quedó de apodo a la maestra Socorro. Mientras esperábamos el inicio de la clase, César cumplió su promesa, invitó a toda la clase a que pasaran a tomar los mangos que quisieran y llevárselos a su casa. Oralia se opuso de inmediato.
-Oralia: ¡No que! ¿Ya vieron cómo vienen? ¡Ustedes como ya se hartaron de comer mangos!
¡Nos los comemos aquí!
-César: No, señorita Oralia. No se los pueden comer aquí porque estamos en horas de clase.
-Oralia: ¡Ay sí! ¿Si estamos en horas de clase por qué se fueron de pinta?
-Laura: ¡Y además no invitan!
-Margarito (Entrando al salón): Aquí está su encargo. Un cuarto de sal, uno de chile y un kilo de limones.
-César: No, señorita Laura, no es correcto que ustedes nos hubieran acompañado al campo. La gente es malpensada y pueden empezar hablar malas cosas de la escuela.
-José: ¡Bájale pinche Flauta!
-Oralia: ¡Por mí que hablen lo que gusten! No como de ellos.
-Laura: Y cómo no nos invitaron a todos, ahora nos los vamos a comer aquí.
-César: Bueno, ya se tardó en llegar La escarabajo. Déjenme ir a preguntar a la dirección si va a llegar o qué le paso. Si no va a llegar, podemos agarrarnos su hora para comernos los mangos. Permítanme (César sale del salón).
-Jorge: ¡Cierren la puerta! Vamos a dejarlo fuera y a la maestra también. Ya pasaron quince
minutos de la clase. A nosotros sólo nos dan quince minutos de tolerancia para entrar a la clase. ¿Por qué no se la aplican igual los maestros?
-Todos: ¡Sííí! ¡A comer mangos!
Y todos empezaron a llevarse mangos a sus butacas, se empezaron a repartir bolsitas de papel con sal y chile, y limones partidos. Otros se quedaron comiendo en el escritorio con el resto
de los ingredientes. O todos teníamos antojo o nadie había comido lo suficiente ese día porque aquello parecía un aquelarre de los mil mangos, como marabuntas, después de un par de minutos iban quedando las cáscaras y los huesos de mango dispersos por todo el salón, hasta que a Oralia se le ocurrió aventarle un hueso a la cabeza de Javier, Javier la imitó y le aventó uno a Laura y Laura invitó a todos: ¡Guerra de mangos! Y de pronto todo el salón se llenó de huesos chupados de mango volando sin cesar, de un lado a otro, pum, ¡ay!, pum, pum, ¡ay!, pum, se oían los golpes contra el pizarrón o el portón de madera y los quejidos de los que daban en el blanco. Todos se empezaron a atrincherar con las butacas y el escritorio. Nadie paraba. Era tal el bullicio que empezaron a asomarse por las ventanas estudiantes de otros grados. Entre ellos apareció César que gritó: ¡Ya párenle! ¡Va a venir el director! De respuesta alguien le aventó un hueso: ¡Cállate Flauta! Todo terminó cuando escuchamos desde la puerta la voz del director ¡Abran la puerta, ya! Todos corrieron a sentarse a su butaca.
Margarito abrió la puerta y entró el director y detrás de él, César. ¿No les da pena? Preguntó
el director al entrar. El salón de clase lo han convertido en un chiquero ¿Quién trajo esas ramas de mango a la escuela? Y todo el salón señalando, respondió a coro: ¡Fue César La flauta, director!
-El Director Marcelo: ¿Así que tú fuiste el de la idea?
-César: No, yo sólo…
-El Director: ¿No te da pena haber ocasionado todo esto?
-César: Si, pero…
-El Director: ¡Se salen todos del salón! Y tú César, te pones a limpiar todo este reguero y que nadie le ayude. Quiero el salón limpio antes de que inicie la siguiente clase.
César fue por la escoba, el recogedor, el trapeador y una franela, mientras todos estábamos parados en el corredor, algunos terminando de comer sus mangos y otros apurando a César ¡Quiero el salón bien limpio Flauta!  ¡De paso recoges mis cosas Flautita! ¡Guardas los mangos que estén enteros! Hasta que Laura salió en su defensa: ¡Ya párenle! Respeten al jefe de grupo. César nos miró y sólo alcanzó a decir: ¡Se pasan!

Aquel día del estudiante la escuela había conseguido pases gratis para ir al balneario rústico.
Días antes el grupo se ponía de acuerdo para saber que íbamos a preparar de comer, y como se trataba de comida llovieron las ideas y todo mundo proponía: guisado de chicharrón en salsa verde y arroz, mole con arroz, chilaquiles con pollo, huevos revueltos, enfrijoladas rellenas de queso, tacos de cecina y chorizo, tortas de jamón, tacos de arroz con papas y chorizo, pozole, pancita de res, gorditas de requesón, enchiladas verdes rellenas de pollo, mojarra frita y ensalada verde, quesadillas de picadillo y queso, carne cruda y tostadas, ceviche de pescado, hasta que alguien preguntó ¿Y quién se va a encargar de preparar la comida? Todos se miraron, todos querían comer su platillo favorito pero no prepararlo. Así que ante el silencio se oyó la voz de Roberto, un alumno que repetía año escolar y le decían El licenciado pues siempre se la pasaba hablando de los derechos de los alumnos y de las obligaciones de los maestros “de acuerdo a lo que la ley orgánica menciona”, y también por cierta fama de tranzar a todo mundo. “Pues si están de acuerdo, yo les puedo preparar carnitas y cueritos de puerco, tortillas, salsas, refrescos y cervezas para acompañar. Sólo tendríamos que hacer la coperacha entre todos. ¿A ver, déjenme ver? Nos tocaría de cien pesos por persona.” Éramos un grupo numeroso y de inmediato las mujeres cuestionaron: ¿Vas a preparar un marrano? ¿Cuánto cuesta el animal? ¿Nos vas a repartir para llevar a casa? ¿Nos quieres ver la cara licenciado? “No, nada de eso, el marrano entero sale caro, pero si se comprarán veinte kilos de carne y diez kilos de cuero, tengo que pagarle a la cocinera, comprar los refrescos y los vasos y los platos desechables, unos diez kilos de tortilla porque es mejor que sobren, y un par de cajas de cervezas, y pagarle la gasolina al que nos haga favor de llevar la comida al balneario.” Y todos asentaron en que fuera por coperacha y el licenciado se encargara de la comida. Roberto cumplió, llevó las carnitas, los cueritos, el chicharrón, un par de kilos de aguacate, las salsas, los refrescos, los vasos y los platos desechables y un barril de cerveza. Además de lucir un traje de baño y unas gafas de sol nuevas. Luego nos enteramos que El licenciado junto con Margarito El pitufo, se habían  ido a robar el marrano por los terrenos del Río Frío y que echaron en el asiento de atrás del bochito de La escarabajo, y que se los presto porque le comentaron que tenían una emergencia familiar. Luego de robarse un marrano de sesenta kilos se lo llevaron a negociar con un carnicero que también vendía carnitas, le dieron el marrano a cambio de veinte kilos de carnitas y diez kilos de cueritos, que el carnicero debió aceptar gustoso porque les dio dos kilos de chicharrón prensado de pilón. Y cuando fue a la cervecera a comprar dos cajas de cervezas, le dijeron que había una promoción: en la compra de un barril de cerveza de cincuenta litros, se la llevaban gratis a domicilio. Se puso de acuerdo con el chofer, a cambio de cien pesos, para que en la misma camioneta que transportaría el barril de cerveza, pasaran a recoger los alimentos en casa del carnicero. Roberto tenía esa, ¿cómo le podemos llamar?, destreza o habilidad para obtener las cosas a costa de los demás. Y fue tal su pericia que a pesar de su fama de cerebro de teflón, culminó la preparatoria, sin deber materias. Decía que en esta vida, aunque nunca aclaro si se refería a la vida terrenal o la vida del estudiante aunque después quedo claro que se refería a la vida en México, no importaba si aprendías a realizar operaciones algebraicas, o entendías el significado de las leyes de la física, o los valores de la ética y la filosofía o comprender una lectura y lo que su autor trataba de decir, porque lo único que servía era el papelito, el documento que certificara tu grado de estudios, era, decía, un requisito nada más porque a nadie le interesa que haya gente que piense y sí, mano de obra “calificada”, todas hipocresías formales del sistema económico. Puedo reconocerlo en
él, que decía su verdad, porque después de la preparatoria llegó a obtener una plaza de docente donde pasó de maestro a director de escuela, de director a supervisor de área, de supervisor a subdirector de delegación y de subdirector a líder sindical seccional. Luego pidió permiso temporal con sueldo pagado para competir por un cargo político por el Partido Ambientalista, siendo secretario de Ayuntamiento, luego Presidente Municipal, para luego regresar por tres meses al magisterio para poder renovar otro permiso temporal con goce de sueldo y participar para candidato a diputado local plurinominal por el Partido de los Maestros y por último, no por decisión propia, fue diputado federal plurinominal por el Partido del Pueblo, hablaba  de su interés por candidatearse a Gobernador y ya hacía planes de pedir su pensión del Magisterio para poder dedicarse de tiempo completo a la carrera por la gubernatura, pero en la política desarrollo además de su apetito por el poder, el culinario, pues decía que los mejores “arreglos” los realizaba después de los aperitivos y una buena comida, en las charlas de café. Y a pesar de no ser obeso, murió de un paro cardíaco. La autopsia reveló elevados niveles de colesterol y triglicéridos. Aunque su familia decía que había sucedido porque siempre estaba bajo presión y el estrés. Le quedó su esposa, sus dos hijos y Margarito El pitufo, con quien eran compadres y su “auxiliar” o “asesor” durante sus cargos públicos y a quién le pidió “El día que yo muera compadre, quiero que te hagas cargo de mi familia”. Petición que llevó cabalmente porque Margarito pasó a vivir a la pequeña casa de una cuadra del finado Roberto.
Sin embargo, el día del estudiante quizá, nos cambió un poco a todos. Había un árbol viejo cerca del rio, que se encontraba crecido, empezaron todos a retarse, quién era el más valiente para aventarse de lo alto del árbol.
-Compañeros: ¡Orozco! ¡Orozco! ¡Orozco!
-Orozco: Nel. Paso.
-Compañeros: No sea puto.
-Orozco: Me vale, no me voy a aventar.
-César: Ya déjenlo compañeros. ¿Ustedes por qué no se avientan primero y le ponen el ejemplo? No sean putos.
-Compañeros: Pinche flauta, tu eres igual.
-César: Les voy a enseñar quiénes son los putos. (Subiendo el árbol)
-Compañeros: Pero tu ni sabes nadar. Bájate de ahí culero.
-César: Qué chido se ve de aquí. ¡Ahí les voy putos!

XIII

Iniciamos el tercer año. El grupo se separó. Unos a la especialidad de ciencias biológicas, otros ciencias de la salud, otros ciencias físico matemáticas donde esperé entrar yo. El separarse de un mismo salón no tendría que suponer nada. Seguiríamos siendo tan amigos como siempre, se suponía. Pero éramos unos completos desconocidos, sin ser conscientes de ello. No nos calló el veinte pronto. Pasábamos por los corredores  y nada, ni un hola, un chinga tu madre, un piquete de culo, era como si nunca nos hubiéramos conocido. De repente y sin avisar parecía que había llegado la madurez, porque todos andaban con caras de serios, mirando por debajo del hombro a los de nuevo ingreso y a los de segundo, que trataban de buscarnos para armar algún desmadre pero ya nadie asistía. Crecer no es para tanto. No merece volverse serio y amargado. La vida es lo que cuenta. Lo sé. Después del festejo del día del estudiante al final de segundo año, fue como si se estacionara el invierno para siempre, cuando todo era rojo, verde, azul, amarillo en nuestras vidas. Y bueno, no todo fue malo, ahora me vengo a encontrar con Raúl El chato, después de no vernos desde la primaria.
-El chato: Estoy aquí para acompañarte amigo.
-Orozco: ¿Acompañarme a dónde?
-El chato: ¿No recuerdas nada, de verdad?
-Orozco: ¿Recordar qué?
-El chato: Lo último. Lo que no me acabas de platicar. Me has platicado todos tus recuerdos, excepto el último. ¿Qué sucedió en el balneario?
-Orozco: Bueno, el día del estudiante todos empezaron a beber, a comer y tomar el sol. Y también a retarse para ver quien se aventaba de lo alto de un árbol viejo. Si, ahora recuerdo que César La flauta fue quien se tiró.
-El Chato: ¿Y tú detrás de él?
-Orozco: Si. Estaba un poco tomado pero…, me aventé por César porque no sabía nadar y
no salía del agua. ¿Yo tampoco salí?
-El Chato: Si ves a tu alrededor, el del féretro eres tú.

-Orozco: Y Pedro está aquí también…