sábado, 31 de diciembre de 2016

El susurro de las hojas

El susurro de las hojas.* (Texto completo)
*Elan Aguilar


La mayoría asegura que la Tierra es redonda, aunque nadie la haya visto. La mayoría también asegura que el hombre pisó la Luna sólo porque lo han escuchado. ¿Por qué entonces esas mayorías dudan de la existencia de un Poder Superior o de un Dios? Los hombres se comportan con arrogancia, van por la vida sintiendo tener una certeza del conocimiento de las cosas, cuando lo único que conocen son conceptos. Como la palabra electricidad, pero ignoran como se genera, se transporta, se trasforma en luz e ilumina sus cuartos, simplemente tocan el apagador y listo.

¿Qué pasa si te digo que vivimos solamente en nuestra imaginación? Que la arena y la playa que crees estar disfrutando no existe, que no existen los “fines de año” o los “nuevos años”, que los viajes que has realizado en auto o en avión, nunca te has movido de un mismo punto. Lo más sencillo es pensar que pierdes tu tiempo leyendo a quien le hace falta un tornillo, pues tú “sabes” que el mundo es mundo, que existe el tiempo y la distancia. O quizá pienses que ya es demasiado tarde para estarse cuestionando este tipo de cosas cuando la realidad es lo que escuchas a diario por tu televisor, la radio o tus mensajes de noticias a tu celular que por cierto nunca solicitaste y sin embargo lo aceptas.

¿Por qué es tan difícil que el hombre o la mujer encuentren su alma gemela? Exacto, te has dado cuenta. Por la misma actitud. La alma gemela siempre ha estado ahí, y seguirá ahí. Se presenta ante su par, pero el acondicionamiento mental bloquea a las personas. Tú sabes cómo es, lo o la sueñas, y hasta en su momento se han encontrado pero, siempre hay un pero, algo con que justificarnos para ir a su encuentro: la distancia, la clase social, el lenguaje, la edad, la religión, su estado civil. Pero cuando los pocos se atreven, las mayorías se aprestan a juzgar el hecho de cualquier forma menos como un acto necesario para poder unir dos almas. Entonces vuelves a tomar la ruta fácil del adoctrinamiento, lo que las mayorías decidan pues las mayorías saben y tienen la certeza de la vida, aunque esto signifique vivir una vida de apariencia.

La verdad está ahí entre nosotros, muchos la han escuchado pero sólo la repiten, obteniendo de esto algún tipo de placer momentáneo. Porque vivir una verdad es obtener un placer eterno pero toma su tiempo, su sacrificio y su esfuerzo, tres cosas desagradables para el ser mundano. Por ejemplo, lo más importante es la belleza interior. Pero desde el vientre de la madre ya te han condicionado, la mentalidad es un factor primordial en el desarrollo del ser. Luego te compran ropita mona, accesorios monos, zapaticos monitos, y terminar siendo un mono. Creces y la preocupación por lo exterior también. Llegas a creer que vales según el modelo de celular que tengas, del modelo de vehículo, de la marca de ropa. Aunque pregonan que la vida interior es lo que cuenta.

Diferenciar fue algo necesario en la evolución, pero las mayorías se han quedado pasmadas en esto y sólo les ocasiona una barrera para continuar evolucionando. Por una extraña razón las personas se sienten como la escala mayor del Universo, son los seres racionales y el resto los irracionales, aunque sus actos demuestran a diario lo contrario. Se comportan como si toda la creación estuviera ahí para ellos, para disponer como mejor les plazca ¿Quién o quiénes los adoctrinaron de esta manera perversa?

He estado aquí, en este hogar por unas horas, tratando de comunicarme con la mujer que sufre e intenta preparar la comida. Su rostro denota la tristeza de vivir con alguien que no es su alma gemela y me gustaría decirle que nunca es tarde para encontrarla, sobre todo que nunca prepare un guisado en ese estado emocional pues sólo se ocasionará un daño peor con su ingesta; pero sólo soy para ella un ser inanimado, irracional, un objeto, pero jamás alguien que piensa y siente, alguien que tiene el mismo privilegio de habitar el planeta, en el mejor de los casos sólo soy un alimento, la lechuga.