Estoy en la disyuntiva entre lo políticamente
correcto o hablarles desde la experiencia. Pero les compartiré mi experiencia,
espero no ofender a nadie con mis vivencias. Del kínder puedo decir poco porque
era todo juego, no hubo regaños ni jalones de orejas ni malos tratos, y de las
maestras sólo recuerdo que después de dejarnos la actividad a realizar, se salían
a charlar en los pasillos o se sentaban detrás del escritorio a leer alguna revista.
Afortunadamente no existía el whatsapp o juegos de celulares. En la primaria
tuve una profesora que vendía galletas en el salón antes del recreo y sino
comprabas era mejor portarse bien porque te encontraba una razón para
castigarte. Y un profesor que le encantaba llamar la atención jalándote la
patilla o aventarte el borrador, sarcástico con quien no contestaba
correctamente a sus preguntas. En secundaria fueron los chidos, y la piedra en
el arroz, un profesor alcohólico que casi diario se dormía en el salón. En la preparatoria,
por igual, éramos una familia. Preocupados por hacernos pasar de la mejor
manera nuestra estancia. En la universidad, estuve en la facultad de ciencias
químicas donde los maestros se portaban como verdaderos maestros de ciencias
exactas, y de conducta intachable. También me tocó estar en la facultad de
Administración y Contaduría, qué barbaridad, me hicieron sentir arrepentimiento
en lugar de orgullo por dicha universidad. Profesores que sólo se dedicaban a
transcribir en el pizarrón el libro de texto, o dejaban tareas por equipos y
terminaban los alumnos por desarrollar el temario del semestre. Profesores que
se prestaban a pasar a los chavos por botellas o llantas de carro y a las
chavas por asistir a alguna fiesta privada. Profesores que no invitaban al
desarrollo del pensamiento crítico sino a contestar al pie de la letra el texto
leído. Otros, era la facultad su punta de lanza para sus pretensiones
personales o políticas, es decir, la enseñanza les importaba un bledo. La maestría aquí no entra pues se espera que
seas autodidacta.
Y quedan siempre presentes los
profesores que daban lo mejor de sí, que les tomabas gusto por asistir a la
escuela, simplemente por estar ahí, en su clase, En la primaria, la maestra
Purificación quien ya falleció pero supo de mi agradecimiento. En la secundaría
el profesor Carlos de Español, que vive su tercera edad en la tranquilidad de
su hogar. En la preparatoria el profesor Cecilio, maestro de filosofía y
literatura, un maestro que daba clase a la preparatoria, que le da renombre su
presencia y sin embargo, lo mataron posteriormente. Un estudiante si se le
puede llamar así, un ser totalmente inconsciente. En la Universidad un profesor
de economía, que escucharlo hablar levantaba las conciencias, su presencia le
daba otra altura a la facultad, cuando daba conferencias el auditorio se
llenaba, unía a la comunidad. También lo mataron ¿casualidad? Parece que ser un
gran maestro no está permitido en esta sociedad. Sé que debe haber muchos como
Purificación, Carlos, Cecilio y Edgar, a ellos, felicidades. Porque su
enseñanza le da sentido a la vida.
15 de mayo 2015