lunes, 9 de junio de 2014

DALÍ



Cuento. (Texto completo. D.R.*)

Por ser el hijo más pequeño de tres hermanos, tuve siempre una necesidad imperiosa de compañía. Mis padres se la pasan en el trabajo todo el día y todos los días. Mis hermanas por ser mayores y tener diferentes intereses, escuela, amigas, etc., poco tiempo pasaban conmigo. Entonces me parecía justo pedirles me compraran un perro. Pensé que esa sería la compañía perfecta. Sin embargo mis padres se opusieron. Y era claro, para ellos, si no podían darme el tiempo suficiente por sus obligaciones tampoco podrían atender al perro ¿quién le daría de comer? ¿Quién lo bañaría? ¿Quién lo pasearía? Decían que yo era muy pequeño para esa responsabilidad. Fue un duro golpe a mis soluciones sobre la soledad. Pero bueno, esperaría a crecer un poco más hasta que consideraran que ya era responsable. Al parecer, o al de ellos, nunca lo fui. Ya adolescente, una amiga me regalo un perrito Alaska Malamut, y sólo duró cuatro horas en la casa, cuando me pidieron amablemente que lo devolviera. Por ese entonces los campos, las llanuras y los montes eran invitaciones a iniciar aventuras acompañado del mejor amigo del hombre. Pero ese momento tuvo que esperar hasta volverme independiente. No sabía a qué nivel llegaba mi perroaternidad hasta el día que conocí a mi compañera de vida y pensamos en adoptar. Adoptamos un perrito labrador color chocolate. Fuimos con una amiga que se dedicaba a la cría de labradores. Me habló en cuanto nacieron para que los fuera a conocer. ¡Qué barbaridad! Doce cachorros recién nacidos y parecían gusanos de seda, todos rollizos, y arrastrándose por todo el cuarto de baño donde los tenía resguardados. ¿Cuál quieres? Me preguntó. Así que empecé por alinearlos y ver cuál era el mayor de todos. Según los libros especializados de la raza esto es un indicador de salud. ¡Quiero este! Le dije. Ella sacó un frasquito de tintura violeta y le puso una señal en el estómago. ¡Oye, pero ya lo manchaste! No pasa nada, luego se le quita. Muy bien, porque no me gustaría llevarme a casa un perro manchado, pensé. Regresa en tres meses ¡¿Tres meses?! ¿No me lo puedo llevar ahora? No, porque es necesario que el perrito obtenga sus defensas naturales de la madre, me dijo. Cada quince días iba a ver como crecía y revisaba su manchita, pero a los dos meses ya no estaba la señal de tintura y no sabía cuál de todos era. Entonces, según los expertos, escogí al más vivaracho. Entre todos era el que más brincaba. Mi amiga les llevó de comer a los doce en tres platos. Se metió entre todos, dos, tres bocados de cereal y de vuelta hacía la ventana desde donde los miraba, tratando de alcanzar la pestaña. Bien, este es el que quiero. Y ya no le puso ninguna tintura, quizá ofendida por la vez primera que lo hizo y que sin decir nada, había puesto mi cara de asustado ante el hecho. Finalmente llegaron los tres meses y fui, vaya sorpresa: sólo quedaban dos de los doce. ¿Cuál elegir? Ellos terminarían por hacerlo. Los llevó al otro extremo del patio mientras les daba un poco de cereal, el cual se terminaron de inmediato y yo desde la entrada grité ¡Dalí! ¡Ven! Y de inmediato una bola de chocolate, peluda, orejona y cabezona se abalanzó contra mí. ¡Sí! ¡Su primer perro de mi hijo! ¡Qué bien! ¡Súper! ¡Felicidades! Es lo que me hubiera gustado escuchar, pero déjenme decirles que tener un perro es peor que haber salido con “tu domingo siete”, ya les arruinaste los planes a tus seres queridos y hasta los conocidos: "Ya no podremos pasar más tiempo contigo", "huele a caca de perro en tú casa", "si vienes no traigas al perro ya ves que tenemos niños pequeños", "que no se suba a los muebles", "ya se orinó", "¿no muerde?". Y si piensas que tener un hijo es lo contrario, no es así. Solo cambian los protocolos pero en el fondo es lo mismo. Es tú boleto. Dalí en cuanto llegó a casa supo que ese era su lugar, empezó a orinar por todos lados. Su sexto sentido le indicó donde tendría que ir a obrar, a desechar sus heces: en el único lugar donde le faltó orinar. Empecé por sacarlo a caminar, nos íbamos a recorrer el campo, los ríos, a cazar víboras aunque nunca encontramos ninguna para suerte del reptil, pues estoy seguro que Dalí se la hubiera tragado viva y eso con tan sólo seis meses. Su cuerpo no crecía pero su cabeza sí, llegó un momento a preocuparme, si seguía creciendo su cabeza probablemente ya no entraría por la puerta de la casa y tendría que cambiarla por un portón. Afortunadamente no fue así. Al poco tiempo Dalí era un hermoso labrador chocolate con todos los estándares establecidos por la Real Academia de los Perros ¡Y vaya de qué forma! Salir con Dalí por las calles era un imán de bellas mujeres, y adoración de grandes y chicos: “Qué bonito perro ¿Cómo se llama?” “Oiga, tengo una perrita en casa ¿lo puede llevar para que se cruce?” “Disculpe ¿Cómo le hace para tenerlo bien educado?” “Cuando lo saque a pasear ¿puedo ir con usted para que aprenda mi perro?”. Nunca les dí respuesta, no por grosería sino por los tirones que me daba Dalí con la correa y no poder seguir el diálogo con hermosas mujeres, futuros empresarios de venta de mascotas, y dueños de perros malcriados que se cruzaban por su camino. Dalí corrió con toda clase de suertes: aquella ocasión que visitando a mis padres le pedí a mi madre que me ayudara a bañarlo “sólo échele agua mientras me quito la ropa” le dije y ¡zas! Como si se tratara de un auto, mi madre le dio tremendo jicarazo de agua en la cabeza que poco faltó para que lo dejará sordo, posteriormente se vengó, cuando volvimos a visitarla en un día caluroso, lo primero que hizo al llegar, fue ir a zambullirse a la pila de agua que tiene para lavar su ropa: ¡Dalí qué has hecho! ¡Ahora tendré que limpiar la pila! Escuché gritar a mí madre; Otra ocasión se cortó una almohadita de la pata con el vidrio de una botella de cerveza, que algunos borrachos les da por tirar desde la ventanilla del auto; otra se cayó de una ladera de un cerro por andar husmeando donde no; se llenó de garrapatas en una veterinaria donde se supone que los espulgan; y lo mejor de todo, no hay perrita que se le resista. Me ha hecho ver mi suerte, como aquel día en que feliz y contento me encontraba para asistir al concierto de los Rolling Stones, fui a buscar los tickets a la mesa ¿y los boletos? Los había hecho tiritas ¡Noo! ¡Yo los quería ver antes de que se presenten en silla de ruedas Dalí! En fin, ha sido un perro sano, le encanta nadar, cualquier charco es alberca para él. Aunque hoy las cosas han cambiado un poco para los dos. De la noche a la mañana sin saber cómo, el campo, los ríos y las calles se volvieron inseguras, gente con mucho estrés, las calles con carros agresivos, nadie te da el paso, te lo avientan, los que tienen que cuidar no cuidan y los que cuidan no se dan abasto a quién cuidar. En los campos, ya no sólo se agazapan las víboras. He tratado de explicarle que no es por falta de voluntad o que no me interesan sus gustos si no salimos como antes a dar la vuelta, o estar acampando viendo las estrellas y asando un buen corte de res para los dos, sólo trato de protegernos. Le digo que no se desespere, que tengo la seguridad de que llegarán mejores días y que mientras, trate como yo, de vivir de los buenos recuerdos que nos han quedado. Esto no se lo digo, pero me duele verlo que van pasando los años y tengo la impresión que añora correr por el campo y meterse al agua. Yo también lo añoró Dalí.
Elan Aguilar*

domingo, 1 de junio de 2014

Ya sabré siempre cómo encontrarte.



Elan Aguilar*
Cuento. Texto Completo. DR* 
Camino a lo largo de unos pasillos irreconocibles y angostos, varios cuartos, una casa de dos pisos y la planta alta, alta en verdad, para llegar hay que subir unas escaleras interminables, la casa parece abandonada o si la habitan mis familiares me han abandonado. Escucho un lamento, un gemido, una voz que igual que yo, se escucha abandonada y dolida, con una gran necesidad y no sé de qué, mi angustia me dice que es de auxilio, de ayuda. Yo soy el único ahí y me siento igual excepto que me encuentro caminando y esa voz se escucha aún más débil que mi ánimo. Recorro los muchos cuartos de la planta baja ¿dónde estás? Subo las escaleras y con cada escalón mi angustia aumenta, parece que no llegaré a tiempo para darle ayuda a quien aún sigue ahí, pidiéndola. Tengo temor. Siento frio y me siento perdido.

Con que facilidad podemos decidir quitarle la vida a un ser vivo, por las razones y apreciaciones que quieran, si es diminuto, si no sirve de nada más que dar molestias, si nos es desagradable a la vista o si lo consideramos peligroso, o simplemente por placer, deporte o gusto. Y ahí vamos aplastando cucarachas, moscas y mosquitos, matando abejas, tijerillas, palomitas, envenenando hormigas, alacranes y arañas, cazando elefantes y vida silvestre. Con igual pasmo, reaccionamos ante la vida de los Hombres. 

Llego a la planta alta recorro el inmenso pasillo cubierto de alfombra, una alfombra que no debería estar ahí ¿quién la cuida? ¿Para qué una alfombra si a nadie cobija? Por lo menos no a mí que cada vez más mi inunda un miedo desde los pies cuando oigo nuevamente ese lamento y parece llegar desde abajo. No juegues conmigo y permíteme ayudarte, quisiera gritarle pero no puedo, la angustia no me lo permite.

¿Qué comparten todas las cosas que llamamos perros? La perrez.  Todos andan buscando oler la orina o el excremento de otros perros, como si fuera la forma más inmediata de conocer a los demás de su especie. Y todos igual dejando su orina en cualquier poste o hierba que encuentren por su caminar, esperando que otros les conozcan. Si algo de esto dejarán de hacer serían cualquier otra cosa menos perros.  ¿Qué comparten todos aquellos que llamamos Hombres?

¡No! Es la negación la primera en manifestarse de mi boca hasta entonces muda. Negar que puedas existir porque no te encuentro, negar que lo que estoy viviendo pueda ser real, negar que pueda encontrarte cuando ya no sea necesario, negar que no pueda terminar de recorrer la casa, negar de la casa con sus paredes que nos dividen. Sería más sencillo encontrarte si viviéramos en un cuarto, siempre ahí para saber que estas bien.

Cuando comparten su afán por imponer a los demás su creencia en tal dios, en tal dirigente, en tal partido, en tal doctrina, en tal grupo, en tal marca, en tal posesión, en tal puesto, en tal ganancia, en tal tecnología, se vuelven Hombres, son Hombres pero no Humanos, todavía.

Corro al bajar las escaleras y se me hacen una eternidad. La luz del día se ha vuelto tenue y entra por los ventanales con temor igual que el mío de no encontrar a nadie. Al bajar el último peldaño me quedo estupefacto. Las escaleras dan hacía la sala inmensa y vacía, un solo sillón en la esquina y tú estás ahí, siempre lo has estado, me ves con tu ojos pequeños y abiertos, tu mirada que clama mi presencia, con tu boca abierta de dolor, y yo te veo con el recuerdo de los años en que me tomabas de la mano y me llevabas a conocer el mundo ¿yo te he abandonado o hay alguien más? ¿Tan sólo somos los dos? Veo tu cuerpo frágil, tengo miedo de abrazarte, de cargarte, de levantarte, sin embargo debo hacerlo en contra mía, algo me dice que tu cuerpo se ha vuelto quebradizo, y tu mirada reclama mis brazos y mi ser se niega a aceptar lo inexorable. ¡No! Es la negación y mi único grito de dolor, de un dolor profundo, lastimoso, eterno. Has muerto entre mis brazos o por mis brazos, fue mi fuerza que acabo con tu hálito de vida o fue que llegue tarde. La casa ya no es más, ni el sillón, ni el cuarto vacío, ni este nuestro mundo sin tu presencia.

UNA VIDA TEMPESTUOSA

Elan Aguilar*
Cuento. (Texto completo. DR*)
       

                                                               I
Fue ayer cuando parece que respiré el aire del mundo. Aun sentía lo tibio de las entrepiernas de mi madre. Nací con una deficiencia: no conocía nada del lugar al que llegaba, nadie me alertó, nadie me dio un instructivo de lo que podía y no podía hacer. Claro que como todos, nací con mis instintos y mi conciencia. Bien o mal, la mía. Unos cuantos halagos y felicitaciones hacía mi progenitora, nada más. Era necesario de su apoyo, de lo contrario parece que lo dice la regla, sería difícil que sobreviviera: ser amamantado, ser abrigado, ser protegido, sobre todo protegido ¿para qué? Parece una broma cruel cuando se esmeran tanto en cuidarte cuando eres incapaz de casi todo, por lo menos puedes defecar y orinar por sí sólo, que ya es bastante, para que cuando ya puedes decidir si quieres o no ir a la escuela, si quieres o no comer tal cosa, si quieres o no callarte, te obliguen a hacer lo contrario a tu conciencia propia, bien o mal según usted juzgue.

                                                                     II
Yo no quiero contradecir a nadie, porque hacerlo no es signo de buena educación y ¿eso a mí qué? No, eso me gustaría decir pero no se me permite, tengo que pensar en el “buen” nombre de la familia y de mis padres. Quizá sólo les faltó decir que era pecado, de esos que te llevan directito a los avernos. Como si alguno de ellos ya lo hubiera conocido. Yo sí conozco el agua, y no quema como ese lugar tan mencionado que dicen habitan los condenados, pero el agua si te mata. El agua con todas sus bondades, con la maravilla de dar vida y hacer a la tierra fértil también se vuelve peligrosa. Y ojala la gente, que digo la gente, ojala mis padres pudieran ver a su alrededor y comprender esa dualidad perenne de la vida, que en todo hay un lado oscuro, que hay que aceptar antes de tratar de continuar por la vida negándolo, obstruyendo, reprimiendo.

                                                               III
Lo mejor que tengo son mis hermanos. Lo mío no se acerca ni por poco más bien se aleja. Y tengo que dar la razón, a alguien. Sencillamente porque ya lo digo alguien antes. El aire que parece tan divertido para practicar ciertos deportes, el aire también se vuelve imprescindible para la vida, es un elemento que no falta en mis sueños, ese sueño recurrente donde voy cayendo de algún lugar, de ninguno en especial, simplemente voy cayendo, siento el vértigo de la caída y de no ver la tierra, siento la angustia de lo desconocido ¿a dónde voy? Por experiencia, conozco las caídas al suelo, pero de la carriola, de la cuna, de la cama, y por supuesto duelen, después viene el consuelo. Y esta caída del sueño, mi gran temor era ¿aguantaré el golpe? Y ¿después quién me consuela?

                                                                IV

La fiesta es un lugar común y motivo de reunión, de fraternidad, de gozo entre los Hombres. De hecho el nacimiento es motivo de grande alegría. Así lo fue con mi nacimiento. No he conocido alegría mayor hijo mío que cuando naciste, frecuentaba decir mi padre. Uno como hijo, no sé si todos los hijos, pero en  mi caso, me gusta ver contento a mi padre cuando me pide le acompañe. Ya sea al billar, al parque o al estadio de futbol. Es “chemo” de corazón. Les dicen “chemos” por cementeros, un juego de palabras ya que igual se les dice a las personas que gustan de consumir inhalantes. 
El infierno se cansaron de pregonar que era el lugar peor donde la gente puede llegar, el fuego eterno, hombres y mujeres promiscuas retorciéndose de dolor frenético ¿lo he visto? Si, tuve la oportunidad una ocasión: un dibujo a cuadro en una capilla cerca de la casa. Un lugar que no frecuentaban mis padres, ellos decían ser de esa religión del cristo sangrante de la costilla y de la frente, quizá los ojos, no lo recuerdo bien.

                                                              V
Y tan mala hora dejaron de negarme ciertos permisos. Como el hecho de permitirle a Juanita ir a nadar conmigo. Juanita es una jovencita ya mayor, muy noble y bien portada, a pesar de ser mayor que yo, le caí muy bien desde el primer día que me conoció. Ella viene de un pueblito llamado Vistahermosa. Dice que estudió hasta la secundaria, el bachillerato ya no lo continuo porque murieron sus padres bajo el garrote de la policía al tratar de defender un área acuífera donde el gobierno había otorgado permisos para realizar en zona irregular una gran obra de viviendas. Juanita ¿Qué viste en mí que te caí muy bien?

                                                              VI
No espera ser una carga, en ningún modo, pero mis dos hermanos casi me igualan en edad, uno dos años mayor que yo y el otro cuatro, yo tengo tres años. Me apena que mis padres tengan que trabajar todo el tiempo, que tengan poco tiempo para pasar el rato juntos y por supuesto que tengan la necesidad de encargarme con  mis hermanos. Ellos se merecen una vida mejor.

                                                              VII
Los últimos días mi padre estaba muy entusiasmado porque La Máquina, su equipo de toda la vida, se encontraba en la liguilla. Me decía que Guillermo Vázquez estaba haciendo jugar al equipo como en años no se le había visto “Hijo, hay que tener paciencia. Es su primer temporada y ha hecho jugar a estos muertos”, refiriéndose a los jugadores. Con la eliminación del equipo, aunque es un dilema para mí pues sé el amor que siente por los colores, me dedica toda su atención. Empezamos a planear lo que haremos los fines de semana juntos. Ir al parque, a nadar, a Xochimilco, a caminar por Zócalo y comprar una nieve, llevarme a comprar algún libro, y esta vez tocaba ver una película.

                                                               VIII
Y sin embargo, a veces todo el amor del mundo no cuenta si no es el de tus padres. Las enfermeras y los médicos no se cansaban en decirme lo mucho que todo el mundo me quería, que no dejaban de recibir cartas que ellos recogían y me hacían el favor de leerme. “Fernandito, estas en nuestras oraciones hijo. Mis hijos, mi esposa y yo rezamos por tu pronto bienestar” decía una. Fue inimaginable, inconcebible el dolor que me causó el hecho de no poder ver más la sonrisa de mi madre, la cara de mi padre cuando llegará a casa. Aún el miedo que me provoca el hecho de escuchar a la psicóloga que dice que es muy probable que ya no regrese más con ellos, pues dice es grave lo que han cometido a mi persona. Yo quiero regresar a casa.

                                                                 IX
Cómo podría decirles a mis padres que abandonen la culpa y que vivan. Juanita piensa lo mismo. Ella está en paz y yo también. Disfrute la vida, disfrute la alberca y disfruto la compañía de ella que tanto me quiere. La vida, me dice, es como una gota de agua. No somos los primeros ni los últimos. Todo el amor de mis padres y los de ella siguen presentes, como una gota de agua. Nos hemos abandonado a un abrazo eterno de agua, bella, hermosa y llena de vida. Estamos en casa.

                                                                X
Mis hermanos están acongojados. Mi hermano mayor ha hecho lo mejor que pudo. Ha sido un ser valiente y extraordinario al tratar de salvarme ante el fuego y el humo del edificio. Pero también se encuentra lastimado. Hermanito no te culpes. Desde el momento de separarme de tus manos, algo muy parecido a ti me ha abrazado. Cuida de mis padres cuando regresen a casa.

                                                                XI
La película no se las podré contar. Pero mi vida fue una película a lado de mi padre. Y quisiera verlo sonreír cuando su equipo gane un campeonato de película. Desearía que todos los niños puedan tener un amigo en casa. Lo mejor que me pudo pasar.